Cuando dos regiones estaban separadas por una orografía agreste, por la enorme e infranqueable hendidura del abismo o por la riqueza caudalosa de un río serpenteante, construir un puente, un nexo posible de unión, fue la solución útil, la vía de intercambio que permitió el progreso no solo económico, sino cultural y de enlace entre pueblos de afectos y costumbres totalmente diferentes. Decir “puente” siempre era la admiración hacía una gran obra. Pero no estamos en momentos de alza de valores y hoy día la palabra puente no iba a ser una excepción y hablamos de ella cuando reunimos varias fechas seguidas y llevamos a cabo una héjira en el trabajo, aduciendo a la necesidad de descanso reponedor, cuando una jornada normal de 40 horas, solo representa el 23% de las horas semanales. Pero no nos rajemos las vestiduras, a todos nos encanta - salvo extraña excepción - ser arquitectos de este tipo de taimada construcción.
Ha quedado atrás el puente que unía los meses de octubre y noviembre. Sus pilares, tres fiestas muy diferentes. Pero el ser humano tiene una inconmensurable capacidad para cambiar de vestimenta y características, un hábito camaleónico, quizás heredado o condicionado por los cambios políticos que ha sido capaz de asimilar.
La fiesta de Todos los Santos es una fiesta exhaustiva, que tenemos que evitar llegar a considerarla un verdadero “cajón de sastre”. El Papa Gregorio III cuando la inauguró y consagró una capilla en la Basílica de San Pedro, en el año 731 lo hizo para recordar todos los santos canonizados o no. Y los mártires a partir de las persecuciones de Adriano y Dioclesiano fundamentalmente. Las preguntas serían: ¿Pero todos los incluidos eran verdaderamente santos? ¿Por qué mártires y religiosos sobre todo? ¿Cuántos hombres modestos, silenciosos, responsables en su trabajo, tiernos en su núcleo familiar, alegres en sus relaciones de amistad, debían estar incluidos en el santoral? Quizás deberíamos empezar a cubrir esas ausencias que el diario amanecer de cada día nos recuerda, aunque Dios no necesita claridad para reconocerlos, porque Él es la luz.
El Día de Difuntos es distinto. En él están incluidos todos los que llegaron a este estado, se sepa o no donde reposan sus restos. Un difunto no es un Ser privado de la vida, porque el Ser sigue su camino, es solo un cuerpo abandonado. Es en realidad una materia física que ha perdido esa capacidad de movimiento que llamamos vida y que ahora dirige sus pasos hacia la descomposición. Pero los sentimientos siempre son superiores a los conceptos científicos, aunque éstos anden por la realidad certera. Y la tradición complementa la sensibilidad hacia esos cuerpos inertes a los que tanto amamos mientras vivían. Y este día es una manifestación sublime de estos sentimientos en que a los difuntos intentamos embellecerlos con otro tipo vida fallecida, la de la flor que el jardinero ha guillotinado en el silencio oloroso de los viveros. Siempre entristece ver horas después de su exposición como la flor inicia su arco declinatorio hacia el estado de putrefacción. Pero cumple su deber de ser la expresión cromática de un amor que quisiera cambiar el negro color del duelo interior, por la esperanza azul, donde todos de nuevo nos reuniremos. Hemos sido algo reacio e incluso se ha criticado la incineración, pero esta no representa más que una aceleración en el camino de vuelta hacia el polvo que nos originó. El ser humano se dignifica visitando los restos de sus queridos.
La tercera fiesta no debía coincidir con las dos anteriores en el anuario. Es como ponerle a las Meninas un rostro del lienzo del Guernica, sin que ello sea desmerecer ninguno de los dos artes pictóricos. El Halloween independiente de su origen en la antigua civilización celta y sus posibles símbolos tradicionales en la Asturias del siglo XVIII y que en Castilla haya casas decoradas con calabazas con agujeros simulando un rostro y con vela interior para ahuyentar los espíritus, no ha sido esta la causa para incorporar una fiesta del mundo anglosajón, con la vehemencia y oficialidad que se ha hecho en nuestro suelo. El pseudoprogresismo se acompaña a veces de innovaciones que intentando oscurecer festejos tradicionales, solo consiguen ridiculizar mediante vestidos, máscaras y alucinaciones espiritistas la pretendida importancia entre los que con tanto fervor - sobre todo municipal y cultural - exponen estas costumbres de pueblos ante los que nuestra escondida inferioridad se oculta, creyendo que el pronunciar el “trick o treat” (truco o trato) o emulando este festejo, en la actualidad tan norteamericano, alcanzaremos el relieve que nuestra inepcia nos impide conseguir. Esta festividad debía de quedar fuera de estas fechas tan tradicionales y de sentimientos tan profundos y estarían muy bien como epílogo de otras fiestas de disfraces.