El siglo XXI es mágico en ofrecer sorpresas. Primero fue la crisis económica, de la que no salimos, con deuda estatal de escalofrío, aunque seguimos, como decía José María Pemán en su poema Feria de Jerez, gastando diez duros en vino y almejas/vendiendo una cosa que no vale tres. Es decir, tres de ingreso y siete de gasto. Luego fue la pandemia, de gestión muy aciaga y que solamente la ha salvado el carácter sumiso y obediente del pueblo español en su mayoría, frente al programa vacunal. En medio de ello nos llegó “el populismo”, que no ha sido exclusivamente en nuestro suelo, sino que según estadísticas resulta muy atractivo a casi una cuarta parte de los europeos. Con él un grueso conjunto de la sociedad se planta en los márgenes de la convivencia de modo continuado y una gran mayoría se encoje de hombros, se silencia a sí mismo o se le impone desde el exterior y deja que le pisoteen sus propias convicciones.
El insulto, el sarcasmo o la respuesta cínica se alaba más que una propuesta, un programa o una oposición razonada y estudiada. Las emociones ensombrecen los razonamientos. Pero había una nueva sorpresa. La formación de un Gobierno, el más mixto de la democracia y con ideologías más enfrentadas, previamente a su unión, que quiere y adopta una ética partidista: “Nosotros o ellos” es la frase que como plano inclinado va desvirtuando la convivencia, con el inminente peligro de caer al anegado suelo del resentimiento y el odio. Conmigo o contra mí, es su mejor sinónimo. El oponente es el enemigo. Desprestigiarlo es la norma y si actúa con brillantez, destruirlo.
La democracia se parece ahora más a una “tiranía de la mayoría” que a un sistema de libertad e igualdad. No tiene como base el bienestar de todos los ciudadanos, sino que las más de las veces prevalece el compadreo entre los que se tienen que aferrar al sillón del poder porque fuera de él no sobresalen, ya que sus raíces, si las tienen, no han absorbido savia alguna.
Los populistas de hoy desprestigian todo lo que pueden al sistema, sin renunciar a los hechos ventajosos que puedan sacar de él. Si entran a formar parte del poder, la democracia cae en una especie de arena movediza, donde lo más lógico es el hundimiento.
¿Cómo salvarse? ¿Cómo conseguir una soga a la que asirse para conseguir llegar a suelo sólido? La solución ha sido prácticamente fácil. La democracia no podía alcanzar su plenitud y eficacia mientras existieran símbolos de la dictadura franquista. Había que acabar con todos ellos para alcanzar su madurez. La Memoria, más zurda que histórica, ha sido la solución. Se ha llevado a cabo una especie de “desamortización a lo Mendizábal”, que quitó los tesoros a las órdenes religiosas, pero no a los enriquecidos fraudulentamente. Estos fueron ensalzados. En la “guerra civil” hubo dos bandos. Ambos con la misma carga de responsabilidad en lo ocurrido y también con la misma finalidad de imponer solamente sus ideas y su poder,. No nos engañemos. Pero nuestra condición de unilateralidad, de estar a un solo lado, se opone a la disolución del odio y solidificación de la fraternidad. Ya no quedan símbolos de la dictadura. Los últimos están al caer. La Isla es ejemplo de ello, cuando comenzó defenestrando el Corazón de Jesús y ahora va a acabar retirando a un bilaureado aquí nacido.
¿Y ahora cómo seguimos? Que se vea, nada ha cambiado. ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta que necesitamos unas elecciones libres, donde los candidatos a parlamentos o municipios sean muy justamente elegidos por su propio partido o por la sociedad, en base a su valía - sin amiguismos y sin migajas a los sometidos, los serviles en todo momento y sin capacidad para hacer sombra - que es la única forma de crear unas instituciones de calidad y un parlamentos eficaces porque en la actualidad sabemos que casi nada en ellos se concreta, carecen de eficacia y lo peor de justicia social y distributiva que debe ser igual para todos los ciudadanos.
Por más que una Ley de Educación quiera ensalzar o colocar en un pedestal “el suspenso”, no nos podemos dejar arrastrar por esta lava, quizás más dañina que la de la Isla de La Palma y defender casi con la misma fuerza que a la propia vida la capacidad, el mérito, la preparación y la responsabilidad.
Los márgenes sirven para enmarcar el precioso lienzo de la escritura (Constitución). Los populismos intentan y pueden conseguirlo, romper definitivamente estos márgenes, que preservan de la anarquía.