Llegué a Riotinto junto con mi mujer Maica Mohedas, hija y huérfana del Cuerpo de la Guardia Civil, hace ahora más de cinco décadas. Invitados por su hermano Rufino, capitán y jefe de la Compañía de la Guardia Civil en aquel tiempo. Es fácil deducir el amor que profesamos a la Benemérita. Había un jardín adyacente a la Casa-Cuartel, con preciosa espesura vegetal, arboleda, fuente y banco, un paisaje casi idílico, para la reflexión y la lectura.
En una revista cuyo nombre no recuerdo, pero relacionada con la Guardia Civil, leí algo que quiero relatar: Hace ciento setenta y seis años, poco después de fundarse la Guardia Civil hubo un acto en el que estaba programado la presencia de la Reina Isabel II en el Teatro Real de Madrid. El siete veces presidente del Consejo de Ministros Ramón María Narvaez y Campos, encargó al Duque de Ahumada, Primer Director General de la Guardia Civil, la vigilancia de aquel evento. Se cerraron las calles colindantes al teatro que daban acceso a la Plaza de Ópera. Se prohibió el paso de carruajes. Para que ello fuera posible se encargó a un cabo de la Guardia Civil, que se cumpliera sin excepción alguna esa prohibición. Quizás fue el destino el que hizo que el primer carruaje que intentó saltarse aquel control, fuera el del primer ministro, no dando crédito el cochero cómo aquel Cabo de la Guardia Civil le impedía el paso. No tuvo más opción que bajarse para comunicarle a Narváez lo que ocurría. Malhumorado el presidente bajo del coche y dirigiendose al Guardia Civil le increpó, manifestándole si no sabía con quién trataba, que era el presidente y que inmediatamente le abriera paso. El cabo se mantuvo “en sus trece” de tal forma que el primer mandatario de la Nación tuvo que dar media vuelta tras escuchar de la voz del guardia civil, que “si intentaba pasar, tendría que atropellar el honor del Cuerpo, porque las órdenes eran claras”. Cuando finalmente Narváez pudo llegar al teatro pidió para el cabo un castigo ejemplar. El Duque de Ahumada dijo al Presidente que no pensaba castigarlo y éste le indicó que lo trasladara fuera de Madrid. A la mañana siguiente D. Francisco Javier Girón y Ezpeleta presentó a Narváez dos escritos: uno con la orden de traslado del cabo y otro con su dimisión aparte de la entrega del “bastón de mando”. La inteligencia y el sentido común del Presidente hizo su aparición. Se reconoció que la actitud del cabo era una prueba de espíritu de servicio, un inigualable sentido del deber y de cumplimiento de las órdenes, un ejemplo a seguir.
No hay peor velo que el del resentimiento. Acceder al poder sin desprenderse del mismo, es dar terreno fértil a la cizaña.
Sin embargo cuando más se necesitaba el sentido común, dado el derribo a que está sometida la salud y la economía del país en la actualidad, una nueva acción se une a las ya múltiples y desacertadas, previamente contraídas por el Gobierno. Un coronel de la Guardia Civil es destituido y dos mandos superiores, segundo y tercero, presentan su dimisión ante tal decisión, sin que el ministro del Interior y la Directora General del Cuerpo, sean capaces como hizo Narváez de recapacitar la orden dada. La actitud del coronel intachable. El comentario en los medios de comunicación y las personas es unánime: antes el sentido del deber, cumplimiento de órdenes, honor y dignidad, que la corrupción. Parece mentira que un ninistro no se dé cuenta qué son este tipo de hombres o mujeres con tan altas cualidades, a los que hay que ensalzar. Su confianza está en su inviolabilidad. Por su carrera judicial, este ministrable tiene que ser muy inteligente, pero le puede más la soberbia espontánea y la altanería que engendra y que unida a las ideas dominantes de extrema izquierda, hacen el resto. Quizás debería descansar.
La Directora General como la mujer de Lot ha sido transformada, pero en vez de en estatua de sal, en figura de plastilina que permite cambiar múltiples veces de forma, con tal de no oponerse - como hizo el Duque de Ahumada - a la mano que la moldea. Hacer esto a un Cuerpo con ciento setenta y seis años de vida ejemplar es patético. La diferencia entre lo leído en Riotinto y lo conocido por medios de comunicación y redes sociales en la actualidad, es la subestima del individuo frente al poder. El poeta Jorge Manrique estaba en lo cierto: cualquier tiempo pasado fue mejor.