La tarde es soleada, plácida, quieta, de morriña filosófica. Pero no es precisamente René Descartes quien está en el recuerdo de este convulso principio de siglo. El imperio de la mediocridad ve con ojos de ofidio y hace “la cobra” a su reflexiva frase “pienso luego existo”, porque de ella puede deducirse que si no se piensa no se existe y dejarían de ser y existir un muy considerable número de ciudadanos.
No ha sido por fe, sino por admiración hacia la veracidad del relato, por lo que he aprovechado esta bonanza climatológica para, dejándome acariciar la piel por la suave brisa, también he sentido el roce de la narración de la parábola del hijo pródigo por los recovecos menos transitado y más sensibles del alma.
Un “inocente” que lo único que hace es buscar vida y reproducirse en los terrenos que más bienestar le producen, no es consciente - porque no piensa, pero existe - del daño que causa - gran parte de las veces irreversible - en los tejidos humanos. Es el Coronavirus. Se entabla una lucha por la supervivencia. Su fuerza de replicación y expansión es tal, que el planeta se le queda en un periodo cortísimo de tiempo, pequeño. David ha visto que si hace copia de sí mismo en número inconmensurable, el soberbio Goliat humano conocerá el miedo como nunca podía concebirlo y tendrá que recluirse.
Mientras tanto las naciones y entre ellas el Estado con más siglos de existencia - nuestra España - o está ajeno o mira al enemigo que se aproxima como si se tratara de un roedor al que se pisa y destruye. El Gobierno ha recibido la herencia que el pueblo le ha ofrecido y con el poder conseguido ha creado una jauría parlamentaria donde entre decretos, inhumaciones, insultos, heridas y contusiones a la Constitución, dispendios de riqueza y un sentido soberbio y totalitario del mando, se apartan cual hijo pródigo de lo solidario, digno y responsable que requiere la situación- que ya muestra su cara más grave - sin atender al núcleo familiar, al conjunto del arco parlamentario, para entre todos idear las barricadas que pongan freno a tan vil ataque. Muy al contrario, se lucha ciega y densamente esos días por unos derechos de igualdad de sexos que ya están más que contemplados en las leyes y que ningún ciudadano con sentido común rechaza.
Mientras tanto los ejércitos de que se dispone, el más importante por la naturaleza del combate, es todo el grueso de la Sanidad Nacional, apoyada por las fuerzas de Seguridad del Estado, Ejercito y el pueblo en su conjunto, casi a pecho descubierto se enfrenta al enemigo. Están descamisados, precisan organización, construcción de fuertes, armas y escudos con que protegerse y proteger a los caídos en el avance del Covid19, pero sólo encuentran improvisaciones, material escaso o no apto, retirada en las celdas hogareñas y seguir observando en las pantallas televisivas, como es más importante quedar ante pueblo como vencedor del opositor, con los argumentos que se antojen, todo es válido, mientras el duelo se adueña de las ciudades y las dificultades creadas se quieren cubrir con el velo del aplauso, que nadie sabe cómo se originó y sí se sospecha cómo fue su desaparición precipitada y repentina.
Pudo ser de modo diferente si desde el principio hubiera habido concordia y colaboración global de todos los partidos.
No hay mal que cien años dure y poco a poco, quizás porque empieza a pensarse con más participación del sentido común y positivo, la pandemia se ve reducida. No quiero gritos de triunfadores y menos señalar a nadie como culpables por abstenerse a determinadas decisiones, pero aunque el nombre del premio - Princesa de Asturias - que se le quiere dar a los sanitarios lleva en si una dignidad y honradez que agrada al que lo recibe, no hay que olvidar que las vidas perdidas no han sido de héroes, sino que como el hijo “no pródígo”, se trataba - los que se fueron - y se trata - los que resistieron - de personas que han hecho lo que toda su vida han sabido realizar y con la misma entrega de siempre. Aquí el agasajo no lo da el padre, sino el hijo pródigo al hermano que nunca se separó del trabajo diario dentro la gran casa familiar. Siempre hay otra forma de ver la historia y debe haber siempre lugar para el pensar y existir, para la labor conjunta y eficaz, en vez de tener héroes anónimos sin posibilidad, en una buena parte de ellos, de estar con presencia física en el agasajo.