La volubilidad humana

Publicado: 07/09/2020
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

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Si se dieron por la valía de la persona, suprimirlas rebaja el prestigio de quienes la concedieron.
La espuma de la cerveza no tenía esa gracia y bullicio que presenta al ser vaciada sobre el transparente cristal. Estaba triste el lúpulo. Le había salido un competidor a su volubilidad. Él, que presumía de no precisar zarcillos para ascender en espiral, bastándole sus propios tricomas.

 El ser humano es un ente muy voluble. Le encanta cambiar de manera de ser y lo hace, con osadía o insolencia, de forma significativamente frecuente. Trepa sin zarcillos y se adhiere sin tricomas. Sus asideros pueden ser nobles: esfuerzo, estudio, responsabilidad, experiencia, honestidad, creatividad... pero en este siglo progresista, donde la modernidad en el vestir depende del número de rotos y orificios en la indumentaria, quizás en concordancia con la espiritualidad actual, las más de las veces, para escalar, los utensilios usados suelen ser las múltiples y oprobiosas genuflexiones que cada día se repiten ante los que ostenta el poder y que permiten recoger migajas. 

La guillotina psicológica y desterrante, para todo aquel que por sus cualidades puede sobresalir. La ignorancia envuelta en una verborrea nauseosa. Querer construir una historia y su memoria, por lo oído en barras de bares o tertulias de ideólogos que han perdido las tarjetas con el domicilio de las bibliotecas o consideran ya que los libros están muy por debajo de su saber mundano.  Conseguir sin esfuerzo un nivel socio-cultural y económico, ocupando   un puesto en la horrible jauría de las listas electorales.   De una u otra forma la volubilidad humana precisa encontrar el rizoma donde fijarse fuertemente para no caer en la inseguridad e inestabilidad que son los cimientos moldeables en la mayor parte de sus acciones. Es el inicio de una desescalada que nos lleva primero a la debilidad psicológica. Es ésta terreno abonado para que germinen ciertos hábitos o vicios, lo que nos conduce a despreciar toda una escala de valores que nos hará finalmente pisar la planicie densamente ocupada de la incompetencia o el fatídico terreno del delito, donde el odio ocupa un lugar preferente.

El problema es serio a lo largo de la vida, porque esta volubilidad puede llevarnos de una situación vital a otra muy distinta, con un simple movimiento, una acción desproporcionada o fuera de los márgenes de la legalidad y pasar del pedestal al fango, sin posibilidad a veces de recuperar el perdido prestigio. Luces y sombras tenemos todos. También cinismo. Nuestro comportamiento es el del rayo, que parece gozar destruyendo cúpulas de catedrales, torreones de palacios o hermosos árboles que dan belleza a la verde estepa. Así conseguimos parar la veleta que orienta y ratifica que existen vientos diferentes cuya libertad hay que respetar.

Esto nos lleva a una conclusión de interés y extrema importancia. Los hechos notables, excelsos, de las personas que han dado lugar a que se le premie con una efigie suya sobre un pedestal o un rótulo en calle o plaza, tienen vida indeterminada y no pueden anularse por acciones posteriores más o menos arbitrarias, máxime cuando éstas no han sido juzgadas por no existir imputación o procesamiento.

Si se dieron por la valía de la persona, suprimirlas rebaja el prestigio de quienes la concedieron. Si fue por un acto de adulación interesada, entonces a quien hay que suprimir es a quien la concedió. Un Rey Emérito que ha sido icono fundamental en nuestra transición, que quizás no hubiera sido tan fácil o posible sin su persona, es un tesoro que no puede salir del dorado cofre que es nuestra nación. Es un padre, pero no en el sentido sensiblero del concepto, sino como cetro y unión de la familia española.  Y para detestar a un padre hay que estar muy seguro de los argumentos que esgrimimos.

Una fina lluvia, cual pincel de pintor, tapiza el lienzo de las calles, cuyo goteo no importuna a quien medita y hace reflexionar al abuelo. Ahora comprende más fácilmente que es más importante aprender a morir que aprender a servir, sobre todo por la escasa calidad de los señores actuales. Mientras la espuma de la cerveza va entrando suave y progresivamente a formar líquido, con la misma entereza que lo hace una cofradía en su templo. Y el lúpulo se pacifica porque él sí ha sabido encontrar la seguridad en su tallo.    

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