Enrique Montiel

Publicado: 25/10/2020
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

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Se presentaba un libro de poesía que completaba un tríptico, con el título de Próxima estación. Su autor Enrique Montiel.
La fecha del primer milagro acaecido en la humanidad no puede, al menos en la actualidad, concretarse. Dejando aparte la vida, ese milagro al que me refiero es el lenguaje. Él es el rasgo absoluto diferencial con los animales. Como el milagro es un hecho para el que no tenemos una explicación razonada, la ciencia encuentra un buen argumento para empezar a dirimir cómo fue posible hablar. ¿Lo descubrió el hombre? ¿Fue en realidad un invento suyo? ¿O fue una necesidad del pensamiento? Porque el pensamiento ya existía, aunque fue necesario que muchos siglos después, René Descartes lo rubricase con su célebre razonamiento: Pienso (lo primero), luego existo.  Como ya estamos acostumbrados, se culpa y con razón a una mutación genética que hizo evolucionar al aparato fonador, con el preciso descenso laríngeo, lo que hizo posible el extraordinario suceso. Y se quiere acordar que comenzó justamente cuando se empezaron a crear las nuevas herramientas. ¿Millones de años?

 El lenguaje se inició para definir realidades. Y las cosas tuvieron el nombre recio, tosco, primitivo y recto, que representaban. ¿Palabras o frases al inicio? A día de hoy el dilema carece importancia. Es la rocosidad inicial del habla a lo que yo quiero referirme, aquella que describe a la verdad sin dulzura, a la mentira desnuda mostrando su desagradable silueta, al improperio injurioso, al insulto agrio y provocador de nauseas, al halago y la ternura como tronco podado de árbol.

Se consigue por medio de signos recordar aquello pensado y hablado pero que en la memoria comenzaba a decolorarse y la escritura sumeria emerge como página ávida de ser libro.

Podemos decir que el Ser, la sustancia esencial del escritor queda hecha. Pero en ese Ser existen un conjunto de capacidades o posibilidades que constituyen sus “potencias” que podríamos decir, que lo mutan, que lo hacen llegar a ser algo muy distinto a lo que inicialmente es. La metáfora es de todas esas potencias la más prolífica, casi tangencial con la taumaturgia. Adiós realidad de la que nos evade, para introducirnos en un río de meandros imaginativos que endulzan y pacifican la brusquedad de su caudal. La poesía emerge. Este era el ornamento que precisaba su belleza, hasta entonces recluida. Sin arte no hay catedrales, sólo edificios más o menos cimentados. La suavidad de la metáfora permitió expresarse en tiempo de tiranía.

Entrar en casa de un nuevo rico, es ver multitud de objetos de gran valor material, con grosera ordenación y gracia y con una etiqueta al pie en la que se recuerda su cotización en un mercado de valores.

La poesía actual ha hecho de la metáfora la esencia, olvidando su único carácter de ornamento. Es lo propio de un profesional de la escritura o de cualquier persona con un nivel cultural eficiente. Pero dan lugar a una cortina tan densa en adornos que hacen imposible la entrada de una luz que haga posible su lectura.

El pasado jueves estuve en nuestra emisora local, Radio La Isla. Se presentaba un libro de poesía que completaba un tríptico, con el título de Próxima estación. Su autor Enrique Montiel. Un genial poeta isleño, Rafael Duarte, completaba el trío allí reunido. Enrique es más isleño que la propia Isla. Pero es una pluma universal, de horizonte vasto, extenso y muy premiado, que los estamentos locales de cultura tienen que reconocer, expandir y halagar. El vivir en la Isla no le resta, sino que añade argumentos para que esto se lleve a cabo. Alguien dirá: Ahora es poeta. Es amigo. Lo conozco desde su pubertad. Desde mi gran amistad con su padre, D. Pedro. Ya era poeta y lo era porque - desengañense los creadores de ripios, prosa rimada o mezcladores de metáforas - hay ocasiones en las que el Creador tiernamente distraído pone en algunos seres unas cinceladas de más, que originan la diferencia. Y se escriben cosas como esta: “Sólo el ritmo inflexible de la gotera/diferencia mi corazón/del reloj de tu ausencia. Los sufrimientos simulados y disimulados. La vida son varios cubos/puestos en los sitios de las goteras de las heridas/de los días que mejor, no haber amanecido”. Es la poesía. La metáfora. El estar tocado por mano divina.  Es, Enrique Montiel Sánchez.

 

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