Dignidad y eutanasia

Publicado: 08/11/2020
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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El distraído siglo XXI no ha sido aún capaz de sellar la grieta por donde se escapa el aire de los valores éticos para diluirse en la nada.
Observo desde la orilla de nuestra isleña playa, el Castillo de Sancti Petri. A la derecha de su torreón el sol sobre un lienzo azul brilla y fulgura el espacio. La mar hace crecer sus saltos de oleaje en un intento de querer abrazarlo. Pero será el astro rey el que se incline, hundiéndose en su seno. Esto es digno de ver y lo es porque cada uno de ellos ha expuesto la cualidad que más le hace valer.

El distraído siglo XXI no ha sido aún capaz de sellar la grieta por donde se escapa el aire de los valores éticos para diluirse en la nada. El Covid19 nos ha dado una estocada en el hoyo de los sentimientos y el miedo, aunque no se ha atrevido a apuntillar la esperanza, la embestida eterna del alma, a la que Dios indultará. Por ello todavía encontramos personas que a diario se comportan con responsabilidad, mesura, respeto hacia sí mismo y hacia los demás, luchando por mantener una verdadera libertad, que evite que le humillen o menosprecien. Son hombres y mujeres ejemplos de vida digna. Pero ¿qué es una “muerte digna”?

Nos gustan los placeres y lo que antes llamábamos pecado y ahora normalidad, pero el dolor nos lleva a la intolerancia, a la incredulidad, a la blasfemia, al miedo a lo desconocido, a la incertidumbre de si todo ha acabado o hay una continuidad. No queremos, en suma, dolor, sufrimiento físico, pánico espiritual y mucho menos morir. Pero la experiencia, no sólo médica, sino también global, de todos los seres vivientes, demuestra que estas últimas condiciones se presentan en la vida con bastante frecuencia, caminando de modo irreversible hacia la muerte. En estos momentos ya no hay idiomas diferentes, sólo se quiere por quien lo padece y los que le rodean, familiares, médicos, amigos, consejeros, psicólogos y religiosos, un final sin sufrimiento físico. Mientras vivimos en plenitud, sin embargo, hacemos lo posible y hasta lo imposible por imponer idiomas, desde los regionales a los nacionales, que hacen que uno se encuentre con dificultades de comunicación fuera de su entorno o teniendo que perder un tiempo precioso y bajo la amenaza poco más o menos del destierro o ninguneo, en zonas que por derecho ciudadano les corresponden. No hemos sido capaces de imponer un idioma universal. Pero sí somos capaces de despreciar el de la nación en que hemos nacido, a pesar de que su Carta Constitucional deje clara su preeminencia. Esto es lo que parece lleva tiempo padeciendo el idioma español, cuya posibilidad de muerte indigna - en su feudo, no así fuera de él - comienza a vislumbrarse en las escuelas.

El Estado se ha hecho progresista y habla de Eutanasia con vehemencia de inventor. Desde el significado de “buena muerte” o muerte sin sufrimiento físico, hasta el de “intervención” en la existencia de una persona a la que deliberadamente se va a poner fin a su vida, hay un largo trayecto que sólo el recto sentido común y el justo razonamiento, deben recorrer. Los aficionados e ignorantes asistir sólo como espectadores, porque hay que tener muy clara la diferencia entre homicidio o auxilio al suicidio y el evitar sufrimientos al ser humano en el epílogo de su existir.  

 Es la diferencia entre eutanasia activa y pasiva u Ortotanasia, no siendo esta última un empecinamiento en seguir tratando con medio modernos y costosos un proceso que ya no tiene vuelta y que entraría dentro del concepto de Distanasia también conocido como “encarnizamiento médico”. Todos estos conceptos van encaminados hacia conseguir una “muerte digna” y cada uno tiene su exacto hueco, pero hay algunos planos resbaladizos -donde es preciso poner soluciones antideslizantes- como pueden ser la despenalización del suicidio y la posibilidad de considerar “vidas no dignas” con verdadero libertinaje, que abra paso a intereses no lícitos, que lleven a terminar prematuramente  la vida de sujetos cuyas propiedades y  rentabilidad representen una buena ganancia para los que le rodean o el fin de gastos que disminuyan el valor de la herencia.

La “muerte indigna” del idioma es una insinuación con carácter de orden, que el ávaro pone como condición al que lo precisa, cuando le ofrece un préstamo. Y es que cuando se juega mal y sin conocimiento siempre se acaba hipotecando, mujer y casa, lengua y nación. Lo hiriente es que se utilicen los vocablos educación y ley. 

Se ha perdido el sol en el horizonte. El gris se apodera del espacio y la oscuridad nocturna se da los últimos toques de “ciega belleza” antes de salir al escenario de la noche. Preciosa Isla.

 

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