El transporte rodado era el cabalgar de burros y mulos, algún caballo y los carros tirados por estos animales. Los autobuses sólo circulaban por la vía principal, la calle Real. El tranvía era el que mejor relacionaba los barrios más distantes entre sí. Imagen pintoresca de un pasado que produce nostalgia, pero que sólo ocupa lugar en el recuerdo sin posibilidad de volver a emerger. En esta isla de calles empedradas y gruesas aceras de pizarra, fue donde - mi memoria recuerda - vi por primera vez desfilar un amplio y heterogéneo grupo formado por hombres y mujeres ataviados de forma muy diversa, algunos con instrumentos musicales, otros con uniformes de payaso o luciendo su fornida silueta y distintos animales, constituyendo un amplio séquito. Había llegado al pueblo el Circo.
Era muy pequeño, pero de la mano de mi padre fui al día siguiente a ver el espectáculo que en mí quedo grabado como una maravillosa función. Cada año que fue pasando y creciendo mi entendimiento, más admiraba a aquella gente que bajo una carpa, ejercían su profesión con endiablada y perfecta destreza. Equilibrio, agilidad, fuerza, sincronismo, responsabilidad y entrega alternaban con la gracia de los payasos y el desmedido valor de los domadores ante animales de tamaña fiereza.
Ya no hay desfiles de este tipo. Las calles se han asfaltado. Las aceras se han desprendido de su altura y los neumáticos han aliviado el dolor de sus fisuras. La alegría, en ellas, de los juegos de los niños, se ha sustituido por el óxido de carbono de los motores de explosión. Incidencias familiares, trabajo, estudios, fútbol, cine, toros, comentarios de amor, han perdido su supremacía en el diario dialogar y debatir, dejando paso a las polémicas discusiones políticas que este país nunca ha sabido afrontar porque han germinado en tierra saturada de resentimientos, envidia, odios y engaños de una España partida en dos trozos, cada vez más alejados de la unión.
La vida política y parlamentaria corre por caminos semejantes. Son ejemplos los hechos que vienen transcurriendo en estos dos últimos años. Se censura un Gobierno, presumiblemente por ser ineficaz y viene a ser sustituido por otro, en el que se han reunido ideologías tan diferentes, que algunas de ellas son contrarias a la unión nacional, otras intentan romper con todos los valores hasta ahora conseguidos - no sin esfuerzo - y escritos en Magna Carta y también hay quien tiene una historia que no puede apartarse del Código Penal. Los decretos/ley no se hacen esperar. Insultos e improperios son la letanía mañanera de una religión con visos totalitarios, que ha hecho de la memoria histórica, exhumación de cadáveres y derribo de todo tipo de estatuas, iconos o rótulos, su catecismo emocional que tiene alberges en esas almas resblandecidas por el roce con los medios de difusión afines, que le hacen propicias para el grabado doctrinal. Ha habido aplausos más narcisistas que sonoros, celebrando haber ganado una batalla ficticia ante una Sanidad de medios caóticos y una insuficiencia de féretros donde albergar tanto abuelo expirado. El presumir nos cuesta una larga lista de héroes sanitarios que ya no comparten vida con nosotros. Que nadie rece, no vaya a decirse que Dios ha intervenido positivamente, cuando salgamos del bache y quite protagonismo a los que mandan. Hay que sacar el Evangelio de las Escuelas. La mayoría del que han llamado “Gobierno frankestein” lo consigue. Pero el máximo de espectáculo dantesco se ha dado esta semana pasada, donde el idioma pasa de lengua vehicular a castellano viejo y trasnochado, que una Ley inhóspita para uno de los tipos de enseñanza, lo deja ser sustituido. Medio hemiciclo aplaude desenfrenadamente y la otra mitad pide haciendo sonar con las palmas de sus manos la ruda madera de las bancadas y a gritos desencajados, una Libertad que creen perdida.
Alguien se dejó decir al ver semejante espectáculo. ¡Vaya circo que tienen montado ¡ No, le respondí. No diga usted eso. Podrá ser una algarabía, una ridícula y bipolar pataleta. Una jauría donde el ciervo es el poder y lo mordisquean para ver quién puede llevarse el mayor trozo, los partidos existentes, pero un circo es otra cosa. Es responsabilidad, equilibrio, conocimiento, deseo de superación y tendencia a la perfección. Ojalá fuera un circo el Parlamento en el que a diario, con luz propia, brillaran todas estas cualidades citadas que tanto me impresionaron de niño.