A menudo nos alerta su entrada con una débil señal acústica en el móvil, si así la tenemos seleccionada. Al atender, vemos que no viene solo, que lo acompañan otros, formando una cadena de reflexiones, a veces, emocionantes. Este comentario nunca será viral, pero eso importa muy poco. Lo realmente válido es lo que nos aporta a medida que lo leemos.
Cuánto encierra un cuadrado con sentimientos, tanto que nos puede tener enredados la jornada completa. Uno de los últimos que ha saltado del pc ha sido referente a la lucha dialéctica que encarniza a los hablantes, a los participantes de una discusión o un debate. Resaltaba sin decirlo la diferencia de opinión, que prácticamente no existe. Prima la antigua máxima de “la tuya sobre la mía” pero al revés, desgraciadamente actualizada.
El alma duele y la memoria escuece al recordar los momentos en que el criterio, el nuestro, empezaba a asentarse mediante la escucha, atenta por lo interesante, liándonos al principio y, sin embargo, cultivándonos, formándonos hasta establecer nuestras bases, nuestro fondo. Vivimos una transición, un cambio donde hubo que recoger el testigo para seguir. Fuimos creciendo después de haberse detenido nuestra estatura. Tropezamos, nos levantamos, nos equivocamos y rectificamos.
En aquella época aprendimos a escucharnos, a hablar, a esperar el momento para responder o para rebatir con educación. Entonces existía el respeto, la consideración, la mesura en la intencionalidad de las palabras, y la broncas, por supuesto, en las que sufríamos más por apasionamiento que por la reprimenda. La comparación es inevitable. El concepto de tertulia ha extraviado su función, la de conversar, compartir ideas sobre un tema. Ha salido de la cafetería para instalarse en la radio y en la televisión, donde los turnos se confunden hasta rozar el ladrido, por lo que resulta imposible entender una frase. Cuanta más preparación menos educación, diría un abuelo de los ochenta si viviera. Y no le faltaría razón.
Es lo que hay y no tiene visos de cambiar. Esta puede ser una de las razones por las que se prefiere el casillero de una red social, porque hay un turno para escribir, otro para leer y otro para contestar mientras se alimenta la espera. No importa cuántos cuadrados se eslabonen, cuántos comentarios se encierren, cuántos “me gusta” se contabilizan. Ahí quedarán mientras su autor lo considere. Los otros, los comentarios verbales son fumaradas del tiempo.