Es lo que nos decían cuando éramos pequeños y nos poníamos tan pesados como los chocos, tabarrazo que acababa con la tremenda, o sea, cachetada y castigo. Esta expresión tan familiar, ligada a la secuencia repetitiva es la que asoma con el tema del lenguaje inclusivo, la jerga o la ideología de género, tras el escudo o abanderando lo políticamente correcto. De qué manera han enredado hasta confundir la función principal del lenguaje, que no es otra que la de entendernos. Las terminaciones duplicadas, los asteriscos y los guiones ocupan gran espacio en los renglones y dilatan la comprensión hasta aburrir. Son ataques a la Gramática -atentados lingüísticos se les llama en Alemania- que no ayudan, que no sirven de nada a las mujeres, se escribe en el manifiesto que vuela por la Web, donde se pide poner coto a esta barbaridad. Se ha repetido hasta la extenuación que el género y el sexo nada tienen que ver. La pregunta es la causa de tanta insistencia. Si se trata de ignorancia, sólo hay que coger el diccionario. Si se quiere llamar la atención se ha logrado sacando el tema del contexto, derivándolo y confundiendo al inventar construcciones que rayan el ridículo.
El lenguaje es un tesoro porque es comunicación. Es nuestro y debemos de cuidarlo. Lo que se está haciendo hoy día no es evolución aunque lo quieran disfrazar de tal guisa, es saltarse los principios, inventar una tecla invisible y eliminar lo aprendido en el colegio por considerarlo trasnochado y hasta represivo, pensarán estos cerebros modernos, artífices de la bola que un día echaron a rodar y va engordando. Si no acaricien el ratón y éste les llevará derechos a la advertencia hecha a los médicos ingleses “para que no denominen madres a las personas embarazadas”. El colmo. Ante esto uno se queda sin respiración y cuando se recupera, comprueba que no está en una página de chistes, que se trata de una realidad que va más allá de lo cruel, que el legado que dejamos se empobrece con alarmante rapidez. El asunto es preocupante, ya que los defensores de esta aberración son esos contrarios a las normas en general y a las del lenguaje en particular, a la vez que imponen una forma de hablar que se aleja de lo popular y lo natural, de la economía del lenguaje, empeñándose en la tarea con mensajes diarios, mientras nosotros los recibimos con una especie de rebeldía y desánimo, repitiendo en silencio la expresión que titula la hablilla de hoy. Más de uno terminaría la coletilla golpeando repetidamente el aire.