Hace unos días los noticiarios digitales dedicaban un titular a La Casera, la gaseosa que se ha ganado un lugar en casa desde que tenemos conciencia del recuerdo, como nuestro primer refresco y el de nuestros hijos. Setenta años hace que este sifón endulzado acompaña comidas y meriendas, poniendo una nota de color y frescor sobre el mantel, veraneando el vino tinto. De pequeños, el hecho de beberla era como estar en un bar sin barra o en una terraza sin toldo, llegando a ser tan habitual como el agua. Las cápsulas de papel cubrían el tapón mecánico que los niños no podíamos manipular.
Desde entonces y hasta ahora el continente fue evolucionando, sin embargo el contenido permanece inalterable. Saborearla es volver a entonces, a llegar del colegio y ver la sonrisa de la casa dibujada en rojo que nos mandaba a lavarnos las manos a la vez que la voz matriarcal. No lo sabíamos, pero fue y sigue siendo un icono en la cultura popular. Quizás por eso un restaurante como el de Lucio, de Madrid, le dedica un menú vintage, es decir, compuesto por platos de toda la vida, los más sencillos, los más antiguos -de ahí el término. Un menú que empieza con los conocidos huevos rotos, seguido de la consistente sopa castellana y capón en pepitoria, todo regado con bebidas La Casera y pan perdido o torrija con helado, de postre. Se trata de un plan tentador, pero más de uno se lo pensará por los cuarenta y cinco euros que cuesta.
La pregunta es si una comida tan consistente es apetecible en la estación que principia, a mediodía y con el calor cayendo como plomo derretido. Tiene a su favor que el restaurante está en una calle donde los edificios le regalan sombra, pero aun así no es posible eludir el cansancio, dejarse arrastrar por la siesta, en este caso no espantable por el paseo. De lo que no cabe duda es del maridaje inusual por mucho que lo beneficie la marca, consecuencia del talento creativo tras años en los fogones, paseos entre las mesas y montones de comandas anotadas, o sea, trabajo y experiencia.
El menú será recomendado mientras se ilustra con la referencia al capón como el plato favorito de la reina Isabel II y el cliente se olvidará por unas horas del sushi, del ceviche, del sashimi y de la dieta. El forastero se recreará, el extranjero se asombrará y el gourmet logrará desconectar saboreando lo más sencillo servido por un camarero con chaquetilla. De toda la vida, como La Casera, con su nombre inclinado sobre la botella, los vasos y las camisetas de los ciclistas.