Asomarse al universo imaginario de Pepe Baena, reconocido unánimemente como uno de los mejores pintores de la Costa, supondría estar acompañado de Puccini, Wagner y Mahler. Estos convivirían con anunciaciones y con él, como eterno protagonista, en el papel de Ulises u Orfeo, unas veces; otras, ejerciendo de vendedor de fruta en la playa o de inventor de calas.
Sorprende la complejidad de su obra, la “ locura” -como él mismo define- que habita en su cabeza, con la aparente ‘normalidad’ (dice, por el contrario, que es “alguien muy normal”) de un hombre de 74 años, larguirucho, como las figuras de sus obras, y muy dicharachero. Pensar en Pepe Baena y no esbozar una sonrisa rememorando una conversación con él, es algo imposible.
Es esa contradicción lo que atrapa de Pepe Baena. Imposible llegar hasta el fondo de sus sentimientos, de sus pensamientos, de sus vivencias, ni siquiera para los más cercanos. Y es lo que le hace aún más misterioso. Tan sólo muestra algo de su alma -no con cierto reparo- a través de sus obras. Dice haciendo suya una frase de James Joyce: “Encontrarás mis palabras oscuras, pero lo verdaderamente oscuro es mi alma”.
El personaje simpático (y no de manera forzada sino completamente sincera), el “tendero” de toda la vida que despachó tejidos a medio Motril, contrasta con el mundo azul y gris que plasma en sus cuadros y también en sus escritos. Personajes decrépitos, tenebrosos, moscas, muertes, pasiones imposibles, algo que nunca llega … “Un amigo mío tuvo que quitar de la pared un cuadro que le regalé, porque le daba miedo a su hija”, comenta entre bromas.
Dicen sus incondicionales que de haberse ido a París a vivir hace 40 años, habría marcado una época en la historia del surrealismo. Quizá en el fondo él también lo sabe, pero su humildad y sencillez injustificadas no permiten que lo reconozca.
Cuando habla de su lugar de origen, se comprende algo. “Hubiera sido incapaz de haber nacido en ningún otro sitio que no hubiera sido Motril, es mi caparazón, como el de un caracol”.
El arte es su vida. Pinta y dibuja desde siempre. Pepe Baena dice que incluso hay veces que se convierte en “doloroso” y que hay que tener “mucho humor” para hacerlo.
Cuando tenía 7 años acudió a la Escuela de Artes y Oficios de Motril. Los ejercicios que ponían a los otros alumnos le resultaban extremadamente fáciles. Eso hizo que los demás niños le cogieran manía y quisieran vengarse de él por su superior talento. Reaccionó como cualquier niño al que le pueden hacer daño, marchándose a casa para no volver a pisar la clase.
Todos sus conocimientos los ha adquirido de manera autodidacta. Durante décadas regentó el negocio de tejidos y “pañería” de su padre, José Baena, como él. Era uno de los negocios clásicos de la ciudad costera. Cuando cerró, le hicieron una cálida fiesta de despedida numerosos vecinos, un gesto que conmovió al artista. Este último calificativo no le gusta, al igual que tampoco los actos honoríficos -como ya le han pedido distintas corporaciones- ni los premios. Huye de todo ello, incluso de las entrevistas que, en esta ocasión, ha concedido como excepción.
Su estudio está habitado por sopranos y tenores que cantan incesantemente, personajes mitológicos, héroes y antihéroes. Físicamente, suele estar ‘ocupado’por algunos de sus muchos amigos y por sus “niños”, pintores que ha ‘empujado’ a la pasión y “el sufrimiento”por el arte. Docenas de cuadros pueblan también en este lugar con vida propia.
Óleos de distintas épocas, desde los 70, tienen su continuidad dos pisos más arriba. Las últimas obras se distinguen por la predominancia de colores fríos, frente a los primeros. Tampoco faltan las esculturas, en los que se nota la influencia de su anterior oficio de comerciante, por la presencia de maniquíes combinados por los materiales más variopintos, como un antiguo televisor ‘camuflado’. Pero también se adivina ese pasado en los propios cuadros, de figuras lánguidas.
Obras demostrativas de un “realismo surrealista”, como Baena finalmente opta por catalogar, si no queda más remedio. Pero, con su característico humor, no se corta en definirse como esencialmente “baeniano”.
Seducido por el Mar
Aunque Baena se define como ‘marengo’ y reconoce su imposibilidad de haber nacido en ningún otro sitio que no hubiera sido, su querido Motril, se confiesa incapaz de definir su relación con el mar le cuesta más esfuerzo. Es algo que afecta directamente a los sentidos, por lo que se hace difícil de explicar.
Una de las razones por las que el mar le seduce es por su carácter cambiante, después tan sólo se queda admirando su inmensidad y enaltece los colores intensos de una mañana luminosa de invierno en la Costa Tropical. Tampoco en su obra faltan los tonos fríos y, en especial, el azul.La ruta en el mundo real de la mano de Pepe Baena se realiza mirando al mar.
Motril posee una decena de playas. La del Cable comienza en las estribaciones del espigón del Puerto y llega hasta la desembocadura del río. Es una de las playas más pobladas, puesto que el autobús que conecta la playa con la ciudad tiene su primera parada allí.
Una parte que ha quedado ahora integrada en el Puerto también es recordada por sus pequeñas olas, donde los niños aprendían a nadar hace tan sólo 30 años.
Igual está pasando con las Azucenas, que está llegando a ser un vago recuerdo de esta generación, como pasó con las desaparecidas flores que le dieron nombre.
La playa de Poniente es, sin duda, la más bulliciosa. Ahora, en los abundantes días soleados de invierno en Motril se dan cita los paseantes y deportistas. Baena recuerda cómo antes el mar llegaba hasta el propio paseo. Pero él dirige su mirada hacia un punto que quizá pase desapercibido para otros: ‘la composición’armoniosa que forman unas palmeras junto a una construcción.
En el recorrido, la conversación animada con Baena no falta. Cuando llegamos a Playa Granada esta vez no le gustan demasiado las edificaciones. Algunas las cataloga de ejemplos de “pueblo andaluz del norte”, otras simplemente han perdido su aire de Andalucía.
En aspectos como éste, al recordar su ciudad de antes, bromea con el carácter socarrón que le caracteriza y exclama: “Motril y yo vamos cada vez peor”.
En la playa de La Joya reconoce que se quedaría a vivir y confiesa que “la inventó” él. Cuando se popularizó llegaron los agentes y se llevaron a los bañistas y tuvo que aparecer la musa para que la playa presentara su carácter más lúdico. Este es el argumento de una de sus tiras, dibujos que reflejan “escenas de la vida cotidiana”.