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El compás del Morao, en el corazón

Un ramillete inacabable de los más grandes artistas del flamenco se sumó el pasado viernes a un homenaje al desaparecido Moraíto Chico

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  • Homenaje a Moraíto -
Se presagiaba que la noche fuera un diálogo íntimo con la historia del flamenco. Y sobrepasó todas las expectativas. Jerez y Andalucía se quedaron quietas este viernes, para no perturbar la grandiosa despedida que los flamencos dedicaron a uno de sus más insignes estandartes, Manuel Moreno Junquera, Moraíto Chico, que se fue el pasado mes de agosto a los 55 años, en la flor de la vida y en lo más alto.

Un ramillete inacabable de los más grandes se fueron paseando por el escenario del Palacio Municipal de Deportes de Jerez de la Frontera, en un caluroso abrazo al Morao por bulerías, que se prolongó hasta la madrugada. Jesús Quintero abrió el acto con una reproducción de varias entrevistas al mítico guitarrista, tras las cuales dio entrada al espectáculo con unas emotivas palabras, en las que recordó cómo Moraíto Chico llegó a ser escudero de todos los grandes: Mairena, La Perla, Caracol, Terremoto, Camarón, La Paquera... “casi dan ganas de morirse para echar un rato con ellos”.

La guitarra del maestro de Jerez, solitaria sobre una silla e iluminada por un foco, presidía las palabras de Jesús Quintero, que dio paso al primer artista que se subió al escenario: Diego del Morao, hijo del malogrado Moraíto y testigo de una saga que lleva en la sangre y que reproduce en una de las sonantas más elevadas y prodigiosas del panorama actual: “Morao, coge la guitarra de popá”, concluyó el periodista onubense para introducir a Diego.
Momento de especial emoción y sobrecogimiento, en el que Diego del Morao, en silencio, y ante la atenta mirada del patriarca de la estirpe, Manuel Morao, comenzó a tocar por bulerías, como en un místico homenaje a su padre que sobrecogió a los presentes y que levantó a todos de sus sillas. Diego se quedó en su silla cuando entró en escena un grupo con las figuras más grandes del cante femenino de Jerez, con Tía Juana la del Pipa y la Chati arrancando el compás por bulerías, y con una Macanita sublime, que reprodujo las redondas soleás a compás que tantas veces repitió con Moraíto como escudero.

La sonanta de Manuel Moreno, banda sonora inseparable del cante jerezano, respiró en todos y cada uno de los cantes de los artistas que se iban subiendo a las tablas. Parecía casi increíble que el toque de Morao pudiera llegar a desaparecer de la crónica histórica del flamenco.

Y, como testimonio de ello, subió al escenario el compañero con el que más altas cotas de popularidad adquirió su guitarra. José Mercé, escoltado por Diego del Morao, que se recreó emocionado en el cante jondo y en las bulerías, y que recordó a su compañero desde lo más profundo de su sentimiento: “penita la mía, se me ha ido mi Morao, cuando más falta me hacía”.

A Mercé le siguió un cuadro del barrio de Santiago, con los Zambos, con Fernando de la Morena, exaltando por bulerías la esencia más pura del flamenco de Jerez. Y siguió con el Capullo de Jerez, pura fiesta, que quiso recordar al artista que le dio su calor cuando él empezaba por rumbas y por bulerías, por fiesta, con alegría, y recordando al genio de Santiago con una letra improvisada que levantó al público.

Como lo levantó de forma rotunda Miguel Poveda, que también se hizo en el flamenco de la mano de Moraíto Chico, y que se entregó en unas siguiriyas estremecedoras en las que recordó a Moraíto, cerrando, una vez más, por bulerías, la bulería que tan grande se hizo en los dedos de Morao.

Manuel Molina se deshizo constantemente de la guitarra para cantar al cielo: “Moraíto, Manuel Moreno, sólo se me ocurre decir, que vivan los gitanos buenos”. Gitano y puro como pocos, Antonio El Pipa, con su tía Juana, levantando los brazos con ese aire tan majestuoso con el que derrama el arte a su paso. Y El Torta, aclamado por el público y por su querido Morao, en el cante por bulerías. Mucho arte, demasiado todo junto para asimilarlo, en un noche que desbordaba, y que tuvo al público ensimismado, a merced de los sentimientos que se pasearon por las tablas.

“Seguro que nos está mirando desde los balcones del cielo”. Manuel Moneo por siguiriyas, Enrique Soto Sordera por tarantos, La Niña Pastori por tangos y bulerías... y muchos y muchos más, de entre los más grandes, en un cartel en el que también estaban Lebrijano, El Cigala o Navajita Plateá. El eco que la noche jerezana dejó en el aire, con el sabor de la amargura por la pérdida, fue el de la solemnidad y el de la sentencia. El testimonio de que el arte nunca muere. Y de que el sonido de Moraíto está eternamente vivo y sostenido por su familia. Y la certeza de que su recuerdo es pálpito y compás para el corazón de todos los flamencos.

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