El comité federal del PSOE del pasado sábado vino a ser como una asamblea local en Torre Alháquime en tarde de agosto. Entre sofocante, bochornosa y cateta. A lo mucho dicho y escrito sobre el cónclave y las consecuencias del mismo, y mientras todos permanecemos en estado de espera hasta conocer cuándo convoca la gestora nuevo comité federal para que éste busque el modo de explicar cómo va a abstenerse para evitar unas terceras elecciones para las cuales no tendría ni candidato, y el PP, por su parte, se relame gustoso cual gato siamés no sabiendo hasta qué punto presionar vinculando investidura con presupuestos para, así, forzar unas elecciones que terminarían por destrozar a su máximo oponente y sobre las cuales cada día parece más atraído, otros matices menores de este rocambolesco drama se reúnen para formar otros episodios de una misma historia.
Cádiz. Toda guerra interna que se precie en el PSOE, y de ellas se podrían ilustrar varias Espasa-Calpe, tiene sus consiguientes ramificaciones a modo de divisiones en bandos y en cascada. Familias de todos los colores, desde los guerristas de antes, griñanistas de no hace mucho o los actuales sanchistas osusanistas, que vaya gusto debe dar identificarse a uno mismo como seguidor de una corriente con semejantes nombres. Pero ese es otro asunto. Lo cierto es que al error estratégico de bulto, enorme, de las diecisiete dimisiones ante el temor de que Sánchez había alcanzado un acuerdo con Podemos e independentistas y no esperar a una sencilla votación en ese comité federal sabiendo que tenían los votos, porque Susana Díaz en su cuaderno de campaña tenía anotados de antes los nombres con tinta a colores del sentido del voto de cada uno de los miembros del comité y esto la diferenciaba de su oponente, que no lo sabía con tanto detalle y ahí su error, ha logrado victimizar a Pedro Sánchez, que a día de hoy se mantiene firme en la idea de no dimitir en el congreso, votar en contra de la investidura, presentarse a secretario general en el congreso extraordinario a celebrar y, mientras, alimentar a ese ejército de cabreados para, apoyados seguramente por buena parte de la militancia, oponerse a los barones y a quienes ahora no tienen más camino que hacerse la foto propiciando un gobierno del PP porque la elección es susto o muerte.
En el comité provincial de Cádiz del lunes en San Fernando ya se vio. Los irónicamente identificados como integrantes del club de los diez mil y que son aquellos que, gracias al disfrute de merecido cargo público perciben nómina por encima de esa cifra, defendían abiertamente la abstención, mientras que otros se posicionaban, tenue o claramente según el caso, más del lado de Sánchez y contra las formas que ha empleado el socialismo andaluz para estacarle. Entre ellos, Luis Pizarro, que fue quien propuso a Sánchez en el comité federal del sábado la idea de admitir de nuevo a los diecisiete dimitidos y convocar comité para el lunes y que obtuvo un sonoro rechazo, es el más beligerante. Comandante sin ejército, que esta vez no encuentra ni el respaldo de su amigo Chaves, Pizarro, que se fue antes de la votación del comité porque decía perder el tren, como por cierto todos los que se quedaron, arropa a otros como la alcaldesa de Ubrique, Isabel Gómez, y a los de Villaluenga, Alfonso Moscoso, y Chiclana, José María Román, y a ese porcentaje mínimo de cabreados que toda agrupación local tiene y, tal vez, pueda añadir nombres a la lista salidos de las divisiones internas de agrupaciones como Jerez, Algeciras y, sobre todo, Cádiz, donde Fran González, muy cercano a Pedro Sánchez y a Antonio Hernando por cuestiones personales, juega un poco a todo paseando de aquí a allá, quedándose en una orilla y mandando a los suyos a la otra y, claro está, la policía asegura no ser tonta. Más cuando el susanismo está ahora afilando dagas, contando fieles y anotando en su bonito cuaderno con tintas de colores los nombres y apellidos de aquellos que pertenecen a uno y otro. Así es el socialismo orgánico cuando se pone a ello, una máquina autodestructiva al estilo de aquel libro de Stephen King llamado La danza de la muerte en el que dos ejércitos que dominaban el mundo e identificaban el bien y el mal se agrupaban llamados por una voz misteriosa para, al final, resolver sus diferencias en una cruenta batalla.
Todo está abierto y a día de hoy nada hace indicar que la brecha cicatrice pronto, al contrario. La posición de Sánchez ahora es peor que hace unos días pero más cómoda, no tiene nada que perder y sí bastante que ganar, lo cual resulta rocambolesco por el aire que le han dado; mientras, la gestora ha de conducir una situación difícil de explicar hasta un congreso extraordinario donde todo parece abierto.
Susana Díaz. A la presidenta de la Junta no le ha salido el envite como quería, quizás fruto de que ha amagado tanto con ir que cuando se decida va a ser tarde. Las dimisiones de los diecisiete las tenía preparadas desde una semana antes y el ataque previsto a pesar del tibio discurso que dio en el comité director, pero el show del sábado con las televisiones en directo y la sangría posterior, añadido a ese afán personal que tiene de acceder a los cargos por aclamación, hacen que su entorno dude seriamente de que en estas condiciones se decida a dar el paso al frente. El escenario no está como a Susana Díaz gustaría, muros demasiados altos, arriesgar por el sueño de Madrid la realidad de Andalucía... Si logra domar la fiera a través de la gestora y tiempo necesario posterior para hacerse con el bravo potro, quizás sí se decida a dar el salto, de lo contrario se lo pensará dos veces y termine dando la razón a quienes hoy opinan que aquellos que originan las guerras no pueden después conducir la paz.
Claro que opiniones sobre esto y todo lo demás hay para todos los gustos, de hecho los pasillos de la casa del pueblo son hoy un cúmulo de grupos parlando, conspirando, opinando sobre lo bien o mal que se hizo esto o aquello, midiendo en definitiva un futuro que para todos es incierto. Otros ven una oportunidad, como por ejemplo acceder a cargo orgánico de relevancia en Madrid en caso de que Díaz obtenga la secretaría general como por ejemplo esa otra de organización que tenía Luena y a la que aspirarían cubrir desde Andalucía, desde Cádiz... Así es esto, crisis, guerras y bandos; siempre hay quien tiene un cuaderno y lápices de colores donde se anotan nombres, los de un bando y los del otro, los que suben y los que bajan, los que se quedan y los que se van. En este oficio hay verdaderos maestros en el arte de permanecer, de lograr que su nombre siempre se escriba con el tono de tinta de la lista ganadora.
Bomarzo