Despierta septiembre y el sueño de otro agridulce verano se desvanece. Pero con tremenda alegría vuelvo a abrirte las puertas de esta salita para que, sin dudarlo, las cruces cada miércoles para que así continuemos charlando de nuestras cosas como más nos gusta hacerlo, a nuestra manera.
Definitivamente, creo que hemos perdido la bonita costumbre de descansar los cuerpos, pero sobre todo de descansar la mente. Si no fuera por los morenos playeros y los bocatas de filetes ‘empanaos’ que conquistan nuestras costas pensaría que aún no hemos salido de los frenéticos meses de trabajo. Y no lo creo por motivos generales, sino por un hecho tan concreto como son los teléfonos móviles.
Se han convertido en nuestros personalizados DNI. Nuestras huellas han perdido todo su valor. Y nuestro habla comienza a estar en verdadero peligro de extinción. Ya no hay persona que no lleve atado a su bolsillo una Power Bank y no hay bares que no decoren sus paredes con cargadores de los chinos. Han conseguido su principal objetivo: hacernos esclavos de un aparato electrónico.
La gente ya no habla con la gente en esos cara a cara que nos hacen ser personas. Los chiringuitos han perdido su gracia... ¿Dónde quedó aquella guitarra y los siete palmeros que llenaban de esencia una tarde de verano? Ahora el que canta YouTube. ¿O aquellos chistes verdes tomando un botellín en la barandilla del paseo marítimo? Que va, ahora una App te los cuenta a ti en el oído. Qué pena.
Hace como un año un juego se hizo viral. Uno que consistía en subirse a los bancos o a donde uno pudiera cuando un espontáneo gritaba: “el suelo es lava”. Pero este año, tal divertimento, ha sufrido una evolución. Ahora, cuando quedas con tus amigos, con tu familia o con tu pareja para tomar unas tapas o unas copas en pleno exilio vacacional y nadie te escucha alguno que otro grita: “el móvil es lava”. Quema. Quema y cansa.
¿Evolución o involución? Nos están obligando a olvidar el Castellano para sólo comunicarnos con el código binario.
