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'Cobra Kai', o cuando la nostalgia acaba reconvertida en culebrón

Con un punto de partida muy original, la serie inspirada en ‘Karate Kid’ deviene en un artilugio en el que la nostalgia cede paso pronto al drama convencional

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El éxito de Stranger things se basa en la comunión emocional de dos generaciones de espectadores, la de los adolescentes actuales y la de los que lo fuimos en la década de los 80, que, en realidad, ha sido como reunir frente a la pantalla a padres e hijos. La fórmula ha acaparado torpes imitadores, como los de la serie Paraíso de Movistar, pero ha abierto una vía, presente también en el cine -el regreso de los Cazafantasmas, por ejemplo-, de cara a (re)conciliar a un público de una edad tan dispar como próximo en sus afinidades.

La serie Cobra Kai sigue esa misma senda desde un punto de partida muy original: mostrarnos qué ha sido de la vida de los personajes de Karate Kid, Daniel Larusso y Jonathan Lawrence, 35 años después de su mítico enfrentamiento sobre el tatami del All Valley y la famosa patada de la grulla. En este sentido, lo original no reside solo en la recuperación de los personajes y en sus recuerdos permanentes de lo ocurrido en el pasado -con constantes flashbacks tomados del metraje de las tres películas de la saga y la recuperación de otros personajes secundarios de la misma-, sino en el propio enfoque, ya que el protagonismo no recae en Larusso (Ralph Macchio), sino en Lawrence (William Zabka).

Aunque la historia evoluciona hasta emparejarlos en importancia, el punto de vista inicial es el del perdedor de aquella pelea, convertido en un perdedor el resto de su vida, mientras su rival se ha investido en empresario ejemplar con familia perfecta. La originalidad, pues, no solo desde el vínculo personal con los personajes, sino como espejo de la propia vida -la de ellos y la nuestra- en el paso de todos estos años, lo que enriquece aún más la conexión con los personajes, y en especial con el de Lawrence frente al fatiga y perfeccionista Daniel san, al que logra desquiciar con la apertura de un dojo en el que retoma el espíritu del antiguo Cobra Kai. En realidad, no es sino la excusa para introducir al amplio reparto coral adolescente que sirve de enganche con la nueva generación de espectadores.

Es a partir de ahí cuando la originalidad se desvanece poco a poco y cuando la serie, como artilugio nostálgico, muy bien actualizado, decide seguir los patrones del drama convencional y reconvertirse en un previsible culebrón que, pese a todo, se toma interesantes licencias a la hora de enfrentar el mundo de los personajes adultos con el de sus hijos y alumnos.

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