Será porque nuestra expresión cultural más universal comenzó a difundirse y a impartirse de forma espontánea, que no le hayamos dado la forma reglamentaria que se merece. Será porque es un arte lleno de pasión capaz de enamorar de Cádiz a Paris y de Sevilla a Corea del Sur. Será porque esa fusión de culturas que fue la semilla del flamenco, ha hecho que de la vuelta al mundo como hizo “Elcano” hace ya más de quinientos años, convirtiéndose en una de las expresiones artística con mayor reconocimiento en el planeta. Será por la fuerza del flamenco que no le hemos puesto reglas ni normas, más que las que el paso de la historia ha instaurado como tal.
Será por todo esto, que lo hemos dejado volar libre y sin ataduras, pero al mismo tiempo sin protección. Y digo sin protección porque a pesar de que este legado que hemos heredado y que marca el carácter de Andalucía posee una de las mayores catalogaciones de protección cultural -tiene ni más ni menos que la catalogación Patrimonio Inmaterial de la Humanindad- carecía de una ley autonómica o nacional que reconozca y potencie todas las capacidades de nuestro lenguajes más identitario. Tampoco el indiscutible carácter arrollador de los profesionales del flamenco y sus singularidades ha propiciado el movimiento asociativo y no ha sido hasta escasos años en los que han empezado a entender que la unión hace la fuerza, y que tenían mucho que reivindicar. Como la falta de catalogación profesional para muchos que adquirieron sus capacidades a través de la formación no formal e informal, lo que ha supuesto que tengamos grandes maestros sin ningún tipo de reconocimiento académico o profesional. Es por ello que se ha propuesto al Gobierno de España que se creen las familias profesionales correspondientes a las actividades relacionadas con el flamenco, dotando a estos trabajadores del merecido reconocimiento dentro y fuera de nuestras fronteras, y a su vez que se desarrolle la formación profesional en este ámbito.
La Ley de Flamenco de Andalucía llega tras siete siglos pero es un paso de gigante en esta necesaria implicación de quienes nos gobiernan en cuidar nuestra historia, nuestras raíces y nuestra cultura.
Nuestra tierra no se entiende sin el Flamenco; sin el Festival Internacional de Paterna, sin el Potaje de Utrera, que presenta su cartel estos días anunciando una cita ineludible con el flamenco y con la acción social de una hermandad que es ejemplo de convivencia y respeto. No se entiende sin las Corraleras de Lebrija o los fandangos de Huelva, que se cantan y se sienten diferente en del Andévalo que en la Sierra, y que nos enseñó y emocionó Arcángel en su Ruta del Fandango que presentaba este año en FITUR.
Queda mucho por hacer. Como llevar el flamenco a las aulas -como ya lo hace el IES Los Alcores, en Mairena del Alcor de la mano de su Ayuntamiento, la Fundación Cristina Heeren y la casa del arte Flamenco Antonio Mairena.- o mejorar las condiciones laborales de quienes mantienen viva la Fuerza del Flamenco.