La figura de Pedro Mañach (1870-1940) ha sido despachada frecuentemente solo con un par de párrafos en las biografías de Pablo Picasso pese a la trascendencia de este industrial cerrajero barcelonés que, en sus años parisinos, se convirtió en el primer marchante del artista malagueño.
"Tenía muy buen ojo para los artistas y, sobre todo, era alguien que se arriesgaba, aunque la gente en ese momento no lo pudiera entender", afirma en una entrevista con EFE el investigador Rafael Inglada, coautor del libro 'Pedro Mañach, primer marchante de Picasso' junto a Mariàngels Fondevila Guinart.
Inglada empezó en 2007 a escribir este libro, pero quedó inconcluso y guardado en un cajón, y, tras un encuentro con Fondevila Guinart, conservadora de Arte Moderno del Museo Nacional de Arte de Cataluña, ambos decidieron completarlo con numerosos documentos y fotografías inéditos de este gran desconocido.
La 'oveja negra'
Considerado la 'oveja negra' de su familia, dedicada a la fabricación de cerrojos, cajas fuertes y otros artículos de cerrajería, Mañach fue enviado por su padre a París para que aprendiese más del oficio de la mano de la prestigiosa empresa Fichet.
Debió de llegar en torno a 1894 a la capital francesa, donde, más que instruirse en la cerrajería, disfrutó de sus encantos, se rodeó de los artistas que abundaban allí en esos años y flirteó con el anarquismo, del que se distanciaría después.
Porque, como apunta Inglada, "murió en 1940, después de haber sufrido la Guerra Civil, cuando perdió parte de su colección de obras, saquearon su casa y fue perseguido por ser alguien importante en una Barcelona con una pujanza fuerte de la industria, pero también del anarcosindicalismo".
Curiosamente, su cercanía al anarquismo durante su estancia en París hizo que la Policía francesa sospechase que Picasso también era anarquista, al haber convivido con Mañach en esa ciudad, aunque el artista malagueño aclararía después que no compartía esa posición.
Un sueldo mensual
El primer encuentro Picasso-Mañach se produjo en torno a octubre de 1900, cuando, como relataba en una carta el pintor y poeta Carlos Casagemas, acordaron que el marchante cobraría una comisión "solamente del 20 por ciento".
Además, Mañach apalabró con Picasso un contrato con un sueldo de 150 francos mensuales, una cifra nada despreciable en la época, más si se tiene en cuenta que el malagueño era todavía un completo desconocido.
Ambos mantuvieron una buena relación -"aunque en estas cosas siempre hay fricciones", apunta Inglada-, pero finalmente se produjo un distanciamiento que seguramente tuvo motivos económicos, y tras la separación Mañach conservó abundante obra de Picasso.
El poeta y artista Max Jacob incluso llegó a acusar a Mañach de robar al pintor: "Picasso tuvo días sin pan, y le fue robado todo lo que había en su taller por un 'empresario gerente' que había puesto el alquiler a su nombre, Mañach", escribió en una carta, pero Inglada achaca esta acusación a los "celos" que sentía Jacob.
Un retrato modificado
De esa relación quedaron varios retratos de Mañach pintados por Picasso, y el primero de ellos guarda una curiosidad: Inicialmente lo disfrazó de torero, pero sobre el traje de luces pintó después una camisa blanca, como han revelado estudios con infrarrojos, aunque mantuvo elementos propios de la indumentaria taurina como el corbatín.
Esa primera versión se modificó porque ambos pensaron que podía resultar frívola y propensa a la broma o, "quizás, porque en ese momento Picasso huía de las españoladas como las mujeres con mantilla y otros elementos que venían de un romanticismo caduco", según Inglada.
Mañach abandonaría París a la muerte de su padre para sentar la cabeza y hacerse cargo del negocio familiar, y a su regreso a Barcelona se produciría otro de los encuentros que marcaron su vida, en este caso con el arquitecto Antonio Gaudí.
Este trabajaba entonces en la reforma de la casa Batlló y en la construcción de la casa Milà, y las labores de cerrajería en ambos inmuebles corrieron a cargo de los talleres de Mañach, donde de la mano del diseñador Josep María Jujol se crearon cerraduras, manubrios y tiradores en los que se aunaban antropomorfismo, ergonomía y huellas de dedos humanos.
La intuición de Mañach con los jóvenes artistas no se limitó a Picasso, ya que también fue "uno de los primeros que apoyaron la obra de Joan Miró, porque cuando este empezó su carrera se reían de sus cuadros, y uno de los primeros en exponer a Matisse".
"Era un hombre con muy buenos contactos en París y con una pasión muy grande por el arte, que no le abandonó en toda su vida", resalta Inglada.