En efecto, Berenice se fue con su cabellera a las alturas y San Francisco aún andaba ovillando el cíngulo cuando se vio obligado a desliarlo para espantar a la DANA que tanto daño ha causado. La hablilla quería ocuparse de la despedida de Joaquín Sabina, pero con lo sucedido no hay ganas de espectáculos ni canciones.
Cuando ocurre un fenómeno tan desatado como el padecido, uno recuerda el miedo de los abuelos rezando una jaculatoria ante aquella ira de Dios, con los ojos entornados y las manos unidas ante la boca para que la súplica volara en el susurro de una breve y repetida oración. Era como se conocía a la borrasca cuando su nombre apenas escapaba en las ondas de la radio, un nombre oculto por los fucilazos de los relámpagos y acallado por los estampidos de los truenos.
Nadie recuerda unos días como los pasados. Ha habido temporales en los cambios de estación un poco más fuertes de lo normal, siendo los peores en otoño, la estación más bella y de ahora en adelante, la más temida. La memoria rescata un curso escolar en el que encogieron las gabardinas y otro donde el viento sopló con tanta fuerza que rompió los cristales de las aulas que daban a la entrada principal del Instituto Isla de León. Al día siguiente, la primera página del Diario de Cádiz publicaba la noticia con la foto de una grúa cercana al centro doblada por aquel ciclón. Entonces sólo teníamos la previsión del tiempo en el telediario de la noche anterior, con las advertencias y los consejos que Mariano Medina y Pilar Sanjurjo comunicaban a los telespectadores mientras pegaban nubes, gotas o espirales sobre un mapa sin soles. La preocupación es la misma, no ha crecido con la modernidad, pero hay mayor información por la inmediatez convertida en herramienta. Para estos casos no solo resulta útil, sino que une a los usuarios en un frente común de solidaridad. Por eso debemos reconocer el valor de los voluntarios, la ayuda inestimable de los cuerpos especiales, de las poblaciones enviando víveres, ropa y avíos de primera necesidad, de todos cuantos han estado y siguen ayudando mientras el cuerpo aguante. Y un cero a aquellos que se han aprovechado del pánico, del trauma de cuantos han perdido su negocio para saquearlo, arrancándoles el último soplo de esperanza para recuperar su medio de vida. Ha sido una experiencia devastadora que nos demuestra el poder de la naturaleza, una fuerza incontrolable por el ser humano, quien llegado este punto solo espera que pase mientras recuerda el miedo de sus abuelos, sus ojos entornados al susurrar la jaculatoria y una borrasca por denominar.
San Francisco, con el cíngulo ovillado, reza por no desliarlo de nuevo.