Mucho se ha criticado al presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, por haberse inclinado –casi imperceptiblemente, he de decirlo– del lado palestino. Por esta vez, me siento identificado con un presidente al que me parece que por tantos otros motivos hay que criticar en tantas y tantas materias: Zapatero ha tomado ahora el partido de los derechos humanos.
Desconfío de quienes dicen que es Hamas, en su maldad –y Hamas es indudablemente malo–, el que utiliza la imagen de los niños muertos en los bombardeos. Como si los niños, la materia prima de esas fotografías dolorosísimas, no existiesen, como si fuesen un pretexto más para seguir justificando las razones de Israel. Cada uno de esos cuerpos diminutos destrozados es una razón que me impulsa a hablar de genocidio, a alinearme con esos actores y militantes de la izquierda, con los que tantas discrepancias puntuales mantengo, en las manifestaciones de protesta. Como si la causa de la humanidad fuese de la izquierda y la otra, de la derecha. No, seguir apoyando a Israel no es cosa de conservadores frente a progresistas propalestinos.
Ahora, decantarse me parece una norma de elemental justicia: Israel está desoyendo a la ONU, violando las normas más básicas de la equidad. Hay niños, mujeres, hombres, civiles, militares, que están muertos o heridos en las peores condiciones. Lo demás, a quién le asiste el derecho político, es ahora secundario; no denunciar lo que está pasando, lo que no nos dejan ver, sería, a mi modo de ver, un crimen.