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Los valientes de Angrois vuelven a la rutina entre dudas

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La reapertura de la circulación ferroviaria, el avance de los trabajos de reparación y la retirada de buena parte de los efectivos de emergencias que en las últimas 40 horas han marcado el minuto a minuto del pequeño barrio de Angrois, en Santiago de Compostela, discurren esta mañana de forma paralela al regreso a la rutina de sus exhaustos vecinos.


Los valientes de Angrois, una zona residencial partida por la vía del tren, que fueron los primeros, tras la Policía, en acudir a arropar a las víctimas, recuperan su rutina tras un susto que les ha dejado muchas dudas.


"Aquí tuvo que haber pasado algo, porque ese tren pasa todos los días lentito, como la seda", gesticula con el brazo Manuel, un vecino de mediana edad que no logra entender, como explica a Efe, la velocidad con la que el Alvia acometió la curva que precede a la entrada de los convoys en la capital gallega.



Manuel, como algún que otro vecino, es de los pocos que esta mañana ha acudido a ver los trabajos de recuperación de la zona, donde todavía puede verse una de las máquinas del tren.


A diferencia de la jornada de ayer, vecinos y curiosos son minoría en relación a los periodistas -europeos, norteamericanos y algún que otro asiático- que todavía pululan por las inmediaciones.
Muchos de ellos, incluso, rechazan hablar con la prensa tras la enorme sobreexposición de los últimos días.


Manuel no fue uno de los que bajó tras oír el estruendo del choque, pero sí lo hizo Ricardo, un panadero de 47 años que dormía, pasadas las 20.40 horas, para afrontar el madrugón diario.


Ricardo cogió una maza para romper los cristales de los vagones y bajó a la vía; fue uno de los primeros, según explica, en un suceso que califica de "tremendo" para un pueblo tan pequeño.
Este valiente de Angrois concreta que ayudó a sacar supervivientes de los trenes, y a otros que no tuvieron tanta suerte.


Paula, una treintañera madre de dos niños, y la abuela Josefa también acudieron a las vías.
Ninguna de las dos entiende lo que ha pasado y consideran que lo ocurrido es "un poco difícil" de concebir.


"Llegamos de los primeros, los del bar y nosotros. Ves personas en el suelo, los vagones ardiendo, las personas pidiendo auxilio", rememora con lágrimas asomando a los ojos.


Paula recuerda que la Policía no les dejaba bajar. "¿Cómo no vamos a bajar?, ¿que podía arder el otro vagón? Vale, por seguridad, pero qué vas a hacer, dejar a la gente... En cuanto el policía se dio la vuelta, bajamos".


Ella acompañó a una señora que, casualmente y debido a que trabaja en un hospital, buscó más tarde cuando se enteró de que estaba en el centro. Se llevó la alegría de verla con la cabeza llena de puntos, pero "bien".


Paula recuerda que un accidente de hace quince años, cuando una niña pequeña fue atropellada por un tren -entonces no había vallas como la actual, coronada de malla de espinas y hoy adornada con un lazo negro improvisado-, Angrois se quedó sin una zona de columpios, retirada y nunca repuesta.


Por ello, ahora los niños juegan a diario en otra zona, cercana a donde cayó el vagón que salió despedido en el accidente.


"Lo primero en que pensamos fue en la gente que estaba en los bancos y en los niños", rememora antes de apostillar que, en Angrois, la vida volverá a ser igual, si alguna vez ocurre.

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