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“La favorita”

A veces, el caprichoso destino consigue que algunas películas de nuestra cartelera mantengan asombrosos lazos argumentales, pese a estar ambientadas...

Publicado: 31/01/2019 ·
23:49
· Actualizado: 31/01/2019 · 23:49
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Autor

Javier Extremera

Javier Extremera es crítico de música clásica. Asimismo es técnico de Cultura en la Diputación de Jaén

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Este espacio trata la mirada más certera y crítica a la realidad (cuando la hay) cultural de Jaén

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A veces, el caprichoso destino consigue que algunas películas de nuestra cartelera mantengan asombrosos lazos argumentales, pese a estar ambientadas en siglos diferentes. Si la semana pasada hablábamos de la notable “El vicio del poder” gracias al vicepresidente Cheney, para muchos el verdadero presidente en la sombra en los mandatos de George W. Bush, hoy su vestimenta de poder podríamos aderezársela a la Sarah Churchill del siglo XVIII (genealogía que curiosamente daría a luz a otro insigne político varón), influyente consejera de “Ana de Gran Bretaña”, para muchos historiadores la auténtica reina en la penumbra durante la regencia de la última de los Tudor. “La Favorita” (10 nominaciones al Oscar) rememora sin rigor histórico y con un ejercicio depurado de estilo, la relación que mantuvieron estas dos poderosas mujeres, así como los enredos palaciegos en que se vieron envueltas junto a la joven cortesana Abigail Hill (muy bien interpretada por Emma Stone). “La favorita” y sus negros tiznajos tragicómicos, beben de dos fuentes fílmicas bien diferentes. Por su esqueleto argumental sobrevuela la eterna “Eva al desnudo”, describiéndonos el ascenso (a base de artimañas y juego sucio) de una ambiciosa aspirante hacia la cumbre del éxito, aunque para ello tenga que desbancar a su maestra. En el aspecto formal, es notoria la influencia del esplendoroso fresco pictórico de “Barry Lyndon”, con su universo visual barroco donde la nocturnidad es filmada a la luz de las velas. Magníficamente interpretado por un bragado trío de ases (todas nominadas) sobresale la varonil y temperamental presencia de Rachel Weisz, así como el “majestuoso” trabajo de Olivia Colman dando vida a la achacosa monarca. El cine de autor, misántropo, rupturista, incómodo, heterodoxo y a contracorriente de Lanthimos, suele atragantarse a ciertos espectadores. Su mirada distorsionada (uso de lentes pequeñas y grandes angulares), esa austera narración donde prevalece el plano largo y los silencios, su devoción por los espacios cerrados y asfixiantes (explorados magistralmente en “Canino”), el sexo como un acto cercano al apareamiento animal (carece de amor o sentimiento) y unos personajes miserables y solitarios, es la semántica fílmica de este inclasificable cineasta griego. Narrado con cierto suspense, el filme es planteado como si de una partida de ajedrez se tratara, pues cada jugador mueve las piezas en beneficio propio, en un juego en el que solo una puede quedar socialmente viva.

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