Fue el rostro de la dictadura y "dueño de Portugal" durante 36 años, pero en los dos últimos de su vida fue engañado y no supo que había sido sustituido. Medio siglo después de su muerte, António de Oliveira Salazar, sepultado en una tumba anónima, es una sombra a la que los portugueses dan la espalda.
La fecha que marca los 50 años de su deceso, ocurrido el 27 de julio de 1970, promete pasar solo con algún recordatorio en medios de Portugal, donde apenas la organización "Asociación de Historia del Estado Novo", de su pueblo natal, Santa Comba Dão (norte), prevé algún acto.
El grupo celebrará el domingo una misa y colocará una corona de flores en la tumba no identificada del dictador, en el camposanto de su aldea, donde una placa instalada por un adepto le describe como "El mejor estadista hasta la fecha y el más honesto de los gobernantes en Portugal".
En el resto del país, nada. La Revolución de los Claveles de 1974, que derrocó al régimen, permitió hace décadas aclarar su perfil, sin debates: artífice de un régimen autoritario, inspirado en el fascismo, y basado en la propaganda, la represión y la censura que asfixió a los portugueses durante casi cuatro décadas.
EL DICTADOR APARTADO POR UNA SILLA
Más que su muerte, los portugueses recuerdan el día que se cayó de una silla, empezando así su final y el de la propia dictadura. Ocurrió el 3 de agosto de 1968, en su residencia de verano en Estoril, a treinta kilómetros de Lisboa.
Salazar (1889-1970) recibía a su callista y, al sentarse en la silla de lona para ser atendido, cayó hacia atrás, golpeándose la cabeza con el suelo de piedra.
La contusión, aparentemente inocua, se revela como grave un mes después, cuando Salazar se somete a un examen neurológico y es operado en el Hospital lisboeta da Cruz Vermelha por un equipo de diez médicos.
Aunque el postoperatorio parece ser satisfactorio, el 16 de septiembre sufre un accidente vascular cerebral y llega a recibir incluso la extrema unción por parte del cabeza de la Iglesia portuguesa, el cardenal-patriarca de Lisboa.
Contra pronóstico, consigue salir del coma, pero ya no es el mismo. Se olvida de asuntos recientes, su capacidad motora disminuye y se decide su sustitución por Marcello Caetano, quien toma posesión el 27 de septiembre como presidente del Consejo de Ministros.
Salazar nunca lo sabrá.
"NO LE DIGA QUE NO ES EL DUEÑO DE PORTUGAL"
Desposeído de poderes, Salazar vuelve a su residencia, el Palácio de São Bento de Lisboa, y convoca regularmente a sus ministros, que acuden pacientemente, algunos de ellos incluso después de abandonar su cartera, para fingir que sigue gobernando.
Un gran número de personas, entre familiares y funcionarios, participaron en la farsa, tal y como pidieron los médicos, que temían que no sobreviviese a la verdad. Y lo mantuvieron hasta el último día.
"Nadie ha encontrado el coraje para contar al dictador, de 80 años, que ha sido reemplazado", detallaba la revista "Time" en un reportaje publicado en 1969, un año antes de su muerte.
También aquel año, Salazar concedió una entrevista al periodista francés Roland Faure, que en 2010 contó su extraña experiencia a la prensa portuguesa.
Según su relato, consiguió acceso al dictador -que no leía periódicos ni veía televisión- con una única condición: "la de no revelarle que ya no era el dueño de Portugal".
AISLAMIENTO DE PORTUGAL Y NEUTRALIDAD INTERNACIONAL
Nacido en el seno de una familia humilde de pequeños propietarios agrícolas, y formado como economista, Salazar inició su recorrido político tras el inicio del régimen militar que en 1926 encabezó el mariscal António Carmona.
Fue ministro de Finanzas entre 1928 y 1932, cuando ascendió a presidente del Consejo de Ministros y fundó el Estado Novo, que institucionalizó el régimen represivo y dictatorial que abocó a Portugal al aislamiento, la pobreza y el atraso con respecto a los países de su entorno.
La supervivencia del régimen se apoyó en la supresión de cualquier oposición interna -sobre todo a través de la policía política, la PIDE- y, en política exterior, neutralidad, sobre todo durante la II Guerra Mundial.
Su ideología le permitía esquivar envites de la Alemania nazi y países próximos, en tanto que la histórica alianza luso-británica le ayudó a tener una posición neutral e incluso dar asistencia a los Aliados, al permitir a los británicos tener bases militares en las Azores en el transcurso de la contienda.
La acción fue decisiva para mantener después de 1945 su régimen, aislado y socavado ya bajo el mandato de Caetano por la crisis petrolera de 1973 y el fracaso de las guerras coloniales portuguesas en Angola, Guinea-Bissau y Mozambique, y que saltó por los aires con el estallido de la Revolución de los Claveles en 1974.