El Día del Cerro marcaba antiguamente -como ahora, pero más- la llegada del otoño y los frutos secos tomaban carta de naturaleza de forma oficial -como ahora, pero menos-. Las costumbres cambian, la gente también, los frutos secos se venden a granel o en paquetes de todos los tamaños en los supermercados y la gente que ponía la castaña al fuego del brasero para que se asara, ahora lo hace en el microondas (esto tengo que mirar si se puede hacer).
Pero hay algo que no ha cambiado en muchos años y que sigue marcando la llegada del otoño. Llegando por la calle Real a la plaza del Rey, desde la Alameda o desde la plaza de la Iglesia, un día se ve el humo blanco en una esquina, junto a la Gran Vía. Y ese humo blanco, conforme va avanzando la noche porque han cambiado la hora a estas alturas del año, se va convirtiendo en un halo de solemnidad que llena todo el ambiente.
Detrás de ese humo, de ese olor inconfundible de castañas asadas, están Francisco Gómez Sánchez junto a la olla blaquecina y en una silla, vendiendo, Salvadora Vega Moreno, su esposa. "Porque vende castañas asás, aguantando la nieve y el frío", dice la letra por caracoles (el palo del flamenco con aires gaditanos).
Aquí no hay nieve, pero sí viento del norte, del sur, del este y del oeste y Francisco y Salvadora, Salvadora y Francisco, lo ha aguantado durante "más de treinta años" que son los que llevan vendiendo castañas asadas.
La receta es sencilla, pero tiene que ser precisa. Sal para que coja el color blanco y carbón vegetal. Luego carbón del que se le echaba a los trenes. Y el tiempo necesario para que esté a punto de caramelo. A dos euros la docena. Manjar de dioses, que el que prueba una castaña "le sabe mejor que el jamón". Y sigue Paco con las bromas sobre las castañas y la castaña que tienen...
Este martes, además, en plena celebración de Halloween, esa tradición anglosajona que se ha afincado en San Fernando. Y a Fancisco, por eso, le puso una clienta un delantan simulando un esqueleto, como queriendo datarlo en la fecha del 31 de de octubre. De 2017, para los que vean esto en años venideros.
Junto a la estatua del marisquero que un día salió del taller de Antonio Mota, los castañeros se inmortalizan solos, todavía. Salvo que alguien algún día, mejor muy lejano pero que ellos lo vean, Francisco y Salvadora, Salvadora y Francisco, se queden para siempre inmortalizados en un rincón de la plaza del Rey, él de pie y trajinando con la olla; ella sentada haciendo el cucurucho de papel, los dos viendo pasar el tiempo que guarda las tradiciones y las cambia.