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Martes 16/04/2024  

Sindéresis

Revientavidas

Despellejamos a otros en su presencia y naturalizamos el rumor, el meme, la envidia y la mala hostia.

Publicado: 19/04/2021 ·
19:25
· Actualizado: 19/04/2021 · 19:25
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Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

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Pocas cosas mejores pueden hacer padres y madres, en cualquier momento del día, que recordar a sus hijos e hijas que lo que salga de sus bocas, lo que escriban o graben en canales virtuales de comunicación, le puede reventar la vida a cualquiera, y que, si ya han cumplido catorce años, posiblemente también tenga consecuencias penales.

Vivimos y trabajamos cada día, o al menos eso nos decimos a nosotros mismos, para dar a nuestros hijos el mejor presente, el mejor futuro, pero, en honor a la verdad, casi nunca nos preocupamos de mejorar su mundo, posiblemente porque tenemos en mente que es un mundo del que saldrán por el propio discurrir del tiempo, y que no deberían abandonarlo con manchas indelebles e incluso cicatrices dolorosas, sino que simplemente saldrán, y tendrán un trabajo, y tendrán niños, y todo estará bien, si todo va bien. Pero nada está bien.

No por redundante es menos cierto que los niños del presente son los adultos del futuro, los nuestros y los de al lado, y no los protegemos lo suficiente, no hablamos lo suficiente, no desplegamos hacia ellos una sabiduría que cale de modo suficiente y no hacemos más, en términos generales, que esperar que crezcan con el B2 de inglés, piano, la educación obligatoria y el disparadero para obtener estudios superiores, y un trabajo, una orientación sexual definida y un respeto infinito a los adultos. Sobre todo, no predicamos con el ejemplo.

Despellejamos a otros en su presencia y naturalizamos el rumor, el meme, la envidia y la mala hostia. Despellejar es gratis; ser despellejado ya tiene unos peajes. Pero no nos importa, porque les diremos que no hagan caso, que son cosas de niños, que como coja al padre verás, que, si te dice esto, entonces tú le dices lo otro. Cuando nos metemos, es para liarla, pero no solemos meternos para mejorar las cosas. No solemos preocuparnos del niño que no es nuestro.

No he visto en mi vida una manifestación para mejorar el mundo de los niños, solo, si acaso, cuando uno se nos suicida o nos lo matan o lo malean, o abusan de él o de ella. Enterramos nuestros propios infiernos para parecer más fuertes, más adultos, y jamás nos paramos a pensar dónde nació nuestra mala hostia, nuestro rumiar constante, nuestro malgrado hacia aquello que no comprendemos y, sobre todo, por encima, nuestra tendencia a difamar. Y pocas cosas hay mejores que puedas hacer con tu tiempo, en este momento, que hablar con tus hijos y pedirles, por favor, que hagan de cortafuegos contra la infamia y el abuso. Que no difundan rumores, que no se deleiten con la humillación ajena, que sean buenos con quien necesita nuestra bondad.

Y pocas cosas hay mejores que puedas hacer con tu tiempo que implicarte, que escuchar, que fabricar un mundo mejor, aunque sea un mundo de paso, para la formación humana de tus hijos y de los hijos de otros. Y pocas manifestaciones serían más útiles que una que reclame paredes de cristal en los colegios e institutos, el mejor abono para sus piernas, la mayor protección para sus crecientes corazones. Impartimos una excelente formación sobre Al Andalus mientras a una niña la llaman mora de mierda. Esclarecemos las dudas sobre sexualidad para que a un niño le digan de todos modos pichacorta o muerdealmohadas. Incluso tenemos la putísima poca vergüenza de escandalizarnos cuando esto sucede, pero, que yo sepa, no se trata de palabras que aparezcan en los libros de texto, sino en nuestras bocas. Y cuando pensamos que nuestro hijo salió indemne porque nunca fue crucificado por abuso físico o verbal, por la plaga de las difamaciones, escondemos la sospecha de si esto fue así porque siempre fue el Judas de la historia, o Pilatos. Nos decimos que todo va bien mientras llegan y llegan al mundo adulto centenares de vidas reventadas.

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