Con fanfarria y pequeñas dosis reivindicativas, Andalucía ha vuelto a conmemorar su efeméride plebiscitaria. Como marca la tradición, el
Parlamento y el
Teatro de la Maestranza acogieron sendos actos institucionales con las intervenciones de las dos máximas autoridades de la comunidad, los presidentes del Gobierno autonómico y la Cámara andaluza, y el merecido agasajo a aquellos que han despuntado en su respectivo quehacer profesional o solidario.
La puesta en escena del 28F en el antiguo hospital de las Cinco Llagas tiene escaso margen para la innovación. Todo es extremadamente oficial, a excepción del guiño final que supuso la lectura de poemas por parte de dos niñas. El de la Maestranza es harina de otro costal. Intenta cambiar, mejorar y, con matices, interpretaciones y opiniones, lo consigue. En la gala de 2024, se han alternado
mensajes explícitos -como los habituales expresados en su intervención por el presidente Moreno- con otros más
simbólicos como la interpretación de
Libertad sin Ira, himno de la Transición a cargo de
Jarcha, grupo galardonado con una de las medallas de Andalucía. Ambos actos enmarcaron una brillante y festiva jornada de celebración destinada a ensalzar los símbolos y reforzar la autoestima.
Otra cosa es el fondo. El espíritu reivindicativo. La necesidad de
fortalecer el poder andaluz más allá de Despeñaperros, en un momento clave en la encrucijada territorial que afronta el Estado. La desigualdad entre comunidades, no solo en materia de financiación también en los Presupuestos Generales del Estado, sitúa a Andalucía en una compleja tesitura para la que deberá estar preparada.
La ausencia de una
formación nacionalista andaluza con músculo nos coloca además en una posición de inferioridad ante el carácter reivindicativo de otros territorios. Y no hablo solo de política. Conviene recordar que los centros de poder de las grandes empresas arraigadas en la región andaluza están en Madrid, donde pagan sus impuestos aunque el empleo, inversiones y emisiones se queden aquí. En la cosa pública, los modelos estatutarios y reglamentarios de los grandes partidos confieren a los organismos federales la última palabra que puede ser correctora de las decisiones regionales. Así pues, ante lo que se avecina no hay mejor fórmula que recordar las palabras de Blas Infante: ¡andaluces, levantaos!