Si ocultaba su rostro, sin ofender, sólo con un cartel invisible de ‘por favor dejen vivir’ y la gente le seguía, como no iba a seguirle cuando encima de un escenario o desde un primer plano José Luis López Vázquez regalaba al público el matiz preciso para expresar lo que no se puede ver a primera vista escrito en un trozo de papel.
Y así fue desde que este hombre nacido en marzo de 1922, metido a figurinista, escenógrafo y ayudante de dirección, debutó primero en el Teatro Español y, dos años más tarde, en 1951 en el cine.
Esa segunda mitad del siglo XX y los casi diez años del XXI, se los pasó López Vázquez sin dejar de trabajar, a veces participando hasta en once películas al año.
López Vázquez fue combinando obras de cineastas tradicionales del régimen como Luis Lucia, hasta los mayores trasgresores.
Desde Bardem hasta García Berlanga; quien casi le apuntó como fijo en todos sus repartos, ya sea en la primera parte –Plácido o El verdugo– o su trilogía posterior iniciada con La Escopeta Nacional.
Sin olvidar a Marco Ferreri con El pisito y El cochecito, con lo que en López Vázquez poco a poco va encajando en todos los prototipos del español que va dibujando el cine patrio.