Poco a poco nos están acostumbrando a ver la vida y lo que es peor a vivirla, a través de pantallas de muy variable tamaño, que gozan del privilegio de mantener nuestra atención desconectÁndonos del mundo vital que no solo nos rodea, sino que tiene en su seno la fértil tierra que espera la semilla de la concordia, para de modo invariable dar el fruto de la ternura, la amistad, la tolerancia y el amor en el seno de la vida familiar, laboral, de ocio o cultural.
Pero el sembrador está ausente y la flor a través de los medio audiovisuales ha perdido el aroma - una de las razones de su existir - y también el atractivo que ejerce para que la polinización - que es la otra razón de su existencia - perdure en los tiempos, la planta que le dio el ser.
Nuestro aroma que es de comunicación, está viviendo el suicidio que los medios audiovisuales y las redes sociales, reiteradamente le ofrecen y lo están llevando a cabo desde la niñez, donde los pequeños permanecen silenciosos y aislados delante de una ipap o similar, que les ofrece figuras horrendas o argumentos imbéciles, que la naciente inteligencia engulle, como dogma de civilización avanzada y de progreso.
El profesor ha tomado forma inanimada (sin alma) y es ahora un acumulo de los más complejos circuitos eléctricos. Ni la palabra, ni la presencia del maestro. La imagen se ha apoderado de todos los fuertes. Ya no solo vale "más que mil palabras" como tantas veces se le ha repetido, sino que ha abolido al vocablo y la mudez de alma nos acerca, a veces vertiginosamente, a ese ser humano sin luz ni creatividad, pendiente de sus instintos, relativizando de modo vulgar los más preciados valores, sin capacidad de decisión, que solo pide soluciones a sus conflictos, sin pasar ni de soslayo por el conocimiento de los problemas.
Necesitamos pensar y dialogar, reflexionar y razonar, obedecer y aprender, antes de querer que nuestras opiniones se respeten, porque para conseguir la atención de los demás para ser verdaderamente admirados, hay que ser algo más que "un número", que solo vale según el lugar que ocupa, hoy más porque está por delante del cero, mañana nada, cuando queda por detrás de él. Salgamos para ello de tanto mundo artificial - al que hemos de sacarle todo de cuanto bueno, en el hay - tratémonos cercanamente, cara a cara, que es como se manifiesta la valía, se identifica al inteligente, se admira al que establece competencia y se descubre al fantoche laureado por los mediocres.
No es inteligente, listo, erudito, creador o buen profesional, quien utiliza con destreza las teclas de un ordenador o los "botoncillos" de cualquier máquina, como alardean padres y madres de sus hijos, cuando estos - que previamente han estado horas y horas frente a ella - la manejan con soltura y habilidad. Ahí no hay ms que reflejos y hábito. Nuestra similitud con los monos, no es óbice para creer que hemos de acercarnos a sus conocimientos.
No es el manejo, sino lo que de esas máquinas seamos capaces de extraer para nuestra formación cultural, profesional y espiritual, lo que hemos de procurar que nuestros hijos entiendan, y parece que esto no es la regla, sino el aislamiento y ensimismamiento de los jóvenes - y menos jóvenes - en sus "chateos" y juegos.
Nunca se ha de quitar la espontaneidad - quizás nuestra virtud más preciada - a ninguna persona. Es la que nos hace diversos y encantadores, pero tenemos que tener presente que la libertad precisa de la razón y el libre albedrió de la inteligencia, y que sin ellas - razón e inteligencia - ésta libertad queda en manos del vientos de los instintos y se animaliza, envilece y violenta.
Recordad a Descartes. Su ecuación es matemática "Pienso luego existo", o sea pensar es igual a existir. Si como hacíamos en las ecuaciones añado el factor "no" a ambos lados de la misma, nos queda "No pienso, luego no existo". Pues a la vista de la poca costumbre que tenemos de pensar, va a resultar que estamos muy cerca de la inexistencia.