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Hablillas

Semana Santa

Estos detalles no se enseñaban con palabras, los veíamos y se nos han quedado para transmitirlos.

Publicado: 15/04/2019 ·
00:24
· Actualizado: 15/04/2019 · 14:41
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Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Hace decenios que no espera al Domingo de Ramos para comenzar. El olor a clavo se esparce nada más apagarse las guirnaldas navideñas y poco después aparece en los escaparates la nota alusiva a la tradición de hacer los capirotes.

Esta semana se han visto debidamente situados, formando un pirulí que rozaba el techo de estos comercios isleños, desbordados por las entregas y los nervios de quienes se los han probado por primera vez. Como todas las fechas, resulta inevitable recordar, sin embargo el fogonazo que se abre paso es el del orden en la procesión.

La Semana Santa isleña podría ser un modelo, porque a lo largo de los años se ha intentado mantenerlo con la colaboración del público, que a pie de acera aguardaba y soportaba el parón estipulado. En ningún momento se interrumpía el cortejo, sólo la obligación llevaba a aprovechar el espacio entre una sección y otra, corriendo de puntillas y con tanto apuro que cortaba la respiración.

Estos detalles no se enseñaban con palabras, los veíamos y se nos han quedado para transmitirlos. Por eso no encaja lo que vemos, lo que seguimos viendo, lo que va en aumento. La primera vez que salimos en procesión, los nervios también cosquilleaban por pasar unas horas solos, aunque los nuestros se acercaran de cuando en cuando a darnos un caramelo, un poco de agua, o esperaran al descanso para mordisquear un rosco.

Con nuestros hijos hemos hecho lo mismo. Hoy es frecuente ver a penitentes muy pequeños con un cirio en una mano y la del mayor que lo acompaña en la otra. La incertidumbre es comprensible, tanto la del pequeño como la de sus padres, con el seguimiento a escasa distancia para acabar más cansados que ellos, pero con la satisfacción de haber hecho realidad la ilusión por seguir con la tradición, la felicidad de los peques por esa tarde especial. Hoy, las cofradías que incluyen una sección infantil en sus procesiones, a veces parecen formadas por  dos filas a cada lado.

Lo vemos en las fotos de los periódicos, lo oímos en los registros audiovisuales. También se advierte la mejor de las intenciones, tanta que el vigilante destinado a tal efecto se agobia y se resigna al mismo tiempo, concluyendo en que se trata de un momento puntual. Los familiares desean que esa chispa que ilumina la mirada del pequeñín se convierta en interés que perdure, en una opción que lo aleje de otras.

La cofradía, el almacén en particular, es un lugar distinto de reunión que crecerá con ellos, que se llenará de vivencias con la mirada puesta en el día del titular, la Cruz de Guía y el repique de campanas espabilando la tarde. Primer punto en el orden del día de la próxima Junta de Gobierno..

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