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Al sonido del dinero

Hay veces, muchas, que deberíamos ser capaces de usar la sensatez y para ello sería indispensable dejar a un lado nuestras opiniones

Publicado: 27/09/2024 ·
11:25
· Actualizado: 27/09/2024 · 11:25
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  • El jardín de Bomarzo.

“Sabido es que las razones humanas se repiten mucho, y las sinrazones también”. Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.

Hay veces, muchas, que deberíamos ser capaces de usar la sensatez y para ello sería indispensable dejar a un lado nuestras opiniones, circunstancias personales, ideología, religión, sentimientos, filias y fobias o pasiones, abstraernos y poder analizar las cosas con cierta ética, equidad, coherencia, prudencia, honestidad y sentido común. Difícil pero el resultado sería no entrar en ningún patrón, tener una opinión libre e independiente, sensata. Esta es la recomendación del día al amable lector que pasea por este jardín de inicio de otoño.

Nuestra sociedad siempre ha sufrido de doble moral. Siempre. Es un mal endémico que sale de manera instintiva, ni nos damos cuenta que la estamos usando y mucho menos aceptamos reconocerlo cuando alguien nos la achaca. Doble moral era el tribunal de la Inquisición y el pueblo lo aceptaba como normal, lógico y necesario para la buena convivencia católica. Doble moral fue la guerra civil, por la que se llevó a un pueblo a la máxima división, a enfrentarse, a matar a compatriotas, delatar a vecinos y familiares. Y qué decir de la época franquista, fue el esplendor de la doble moral, un pueblo que llenaba la plaza de Oriente aclamando a Franco sin detenerse a pensar en la falta de libertad, la censura, los exiliados o presos políticos, las condenas a muerte, mientras los domingos las iglesias estaban a rebosar.

Con la democracia nació una Constitución que proclama la igualdad y no discriminación como un derecho fundamental y se nos llena la boca recordando esto. Esa misma Constitución que permite discriminar a la mujer respecto al derecho sucesorio de la Corona, prevaleciendo el hijo varón aunque no sea el primero en nacer, como es el caso de Felipe VI. ¿Qué debe pensar Elena cada vez que la sociedad se une contra la discriminación de la mujer ante el hombre cuando nadie –nadie- repara en ella, que ha sido la top one de las mujeres discriminadas porque lo ha sido por mandato de la propia Constitución? Todo el mundo, incluidas las feministas más cafeteras, lo aceptan como normal.   

También la propia Constitución proclama la igualdad ante la Ley, pero incluye la inmunidad del Rey y los aforamientos de los miembros del gobierno y parlamentarios. España se rompía por la amnistía, no había igualdad ante la Ley, pero los principios constitucionales pueden establecer que una persona goce de inmunidad simplemente por haber nacido en una familia con derecho a ostentar un trono y, con ello, ser el Jefe del Estado. Y esto lo aceptamos como normal, España no se rompe porque la Constitución es sagrada.

En el caso de Juan Carlos no era él a quien le pertenecía el derecho sucesorio, era a su padre, pero en 1969 Franco decidió que fuese su sucesor a la Jefatura del Estado con el título de Príncipe de España y Juan Carlos fue proclamado por las Cortes jurando “fidelidad a los principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino”. Su padre, Don Juan, dejó de hablarle durante seis meses al considerarse traicionado por su hijo. Esta traición tampoco fue vista mal por la sociedad española, Franco mandaba y si no quería que Don Juan fuese Rey, por algo debía ser. Juan Calos incumplió su juramento nada más morir el dictador.  

“Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir” dijo a todos con voz de arrepentido. Creíamos que lo ocurrido era que nuestro Rey se había ido a Botsuana a una cacería de elefantes, siendo una especie protegida y en extinción, con un coste de 37.000 euros. Un escándalo. Lo que nadie imaginaba era que se había ido con su amante, a la que le había regalado 65 millones de euros, todo fue saliendo a la luz y, sorprendentemente, los medios abandonaron la protección que hasta ese momento se le había concedido al monarca. También trascendió que tenía amasada una fortuna incalculable y de cantidad y procedencia desconocida como consecuencia, presuntamente, de comisiones multimillonarias; más tarde vino la investigación de Hacienda y su defraudación fiscal, que saldó con un pago de 4,4 millones de euros y el rumor a voces de la artista de circo y del chantaje a su amante Rey pagado, supuestamente, con fondos reservados, dinero público de todos los españoles para costear el silencio. Abrimos los ojos al engaño hecho a los españoles durante décadas, aparentando una familia y un matrimonio perfecto, el ejemplo a seguir. Sofía callaba y participaba como una actriz destacada de este costoso teatro.

Algo se movía en Zarzuela. Presión mediática que llevaba a su irremediable abdicación y su posterior salida de España -como todos los reyes Borbones que le precedieron-, cambiando su residencia A Abu Dabi, donde no tiene que pagar impuestos y España, su país, no recibe ya ni un euro de su enorme fortuna. Comisiones y amantes. Si esta historia fuese de un presidente del gobierno o de una comunidad autónoma o de un alcalde o de cualquier político al uso, sin duda alguna los españoles le habrían crucificado, lapidado, escupido, machacado y, desde luego, hubiese terminado con sus huesos en la cárcel. Pero el Rey es el Rey, incluso mantiene título -aunque de emérito-, la mayor parte de la sociedad le ha perdonado –debe ser el recuerdo en la retina de tantos mensajes en Navidad, la mayoría de las veces dando lecciones de moral colectiva…-, no pasa nada, hay que agradecerle su contribución en la transición. El mejor Rey, dicen muchos.

Julián Muñoz, tras ser la mano derecha del alcalde de Marbella, Jesús Gil, consiguió la alcaldía por mayoría absoluta. Unos años en los que Marbella se convirtió en el centro de la jet set, las construcciones de urbanizaciones de lujo, el turismo de alto standing y, con ello, se ganó ser la sede de distintas mafias. Los marbellíes se sentían orgullosos del cambio de la ciudad, de la fama mundial y de la casi eliminación del desempleo. Todo explotó con el enfrentamiento de Julián Muñoz con Gil y Roca porque quiso quedarse con toda la tarta y ya se sabe que la avaricia rompe el saco. Fotos en la prensa rosa de Julián con la tonadillera-dientes, dientes, “que eso es lo que les cabrea” y, a partir de ahí, un cara a cara televisivo de Muñoz con Gil en el que se les fue la lengua y sacaron sin pudor la corrupción de uno y otro. La fiscalía actuó de inmediato. También la televisión dio juego a la esposa despechada, que contó lo de las bolsas de basura repletas de billetes. Se destapó el caso Malaya, una corrupción política de millonarias comisiones a cambio de convenios con constructores, modificaciones de los planes de urbanismo, licencias. Un absoluto desfase.

Tras varios procesos judiciales, le condenaron a un total de nueve años y medio de cárcel y 16 de inhabilitación para cargo público. No le protegía la Constitución con la inmunidad ni el aforamiento y, mucho menos, le protegía la opinión pública, era un delincuente sin paliativos y un sinvergüenza por abandonar a su esposa de la forma que lo hizo, con una amante que no gozaba de simpatía popular.   

No tememos arreglo, somos capaces de santificar o demonizar usando la doble moral de manera irracional, sin atisbar que en realidad somos dirigidos, manipulados para perdonar o condenar socialmente. Para conseguir la abdicación de Juanito nos sacaron parte de sus secretos mejor guardados. Ahora toca defender la institución monárquica y procede perdonarlo, defenderlo, recordar sus bondades y caemos sin sensatez alguna. Julián Muñoz fue el cabeza de turco para darnos a entender que la corrupción política se persigue y erradica, el mensaje es que el político corrupto cae, todos tranquilos, la justicia funciona y también caemos sin sensatez alguna. 

Es la doble moral colectiva, esa misma que está arraigada en la sociedad, también en la subjetividad de la justicia. Cuando qué duda cabe que Juan Carlos y Julián fueron, posiblemente y entre otras cosas, dos vividores a los que la vida les puso en el momento y sitio adecuado para golfear sin límites y su condición les llevó a no tener freno quedándose la pasta y liándose a destajo con todas aquellas que se les arrimaron al sonido del dinero, tan vividoras, en general, como ellos. Tan verdad como que la sociedad no les condena por igual. Ni la Justicia tampoco.

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